jueves, 23 de noviembre de 2023

Crónica del viaje a Belgrado (3ª parte)

El lunes, como cada día, nos levantamos y nos fuimos al buffet de desayuno del hotel, del cual no he dicho nada, pero era bastante bueno: variado y delicioso. La única pega es que tanto el lunes como el martes tenían puesto un hilo de canciones bachata/cumbia de calidad bastante dudosa. Tras el desayuno, fuimos a la zona de Zvezdara, donde habíamos quedado con Nemanja, mi profesor online de serbio.

Por cierto, si estáis aprendiendo serbio (o croata, o bosnio), os lo recomiendo. Por aquí os dejo su web. Sigo con la crónica.

El problema principal era el transporte público. Belgrado es una ciudad que no tiene metro; está proyectado, pero aún no ha comenzado su construcción. El transporte público consiste en autobuses, trolebuses y tranvías, que cubren toda la ciudad y además son muy baratos (un viaje sencillo 50 dinares = 0,43 €, el billete de un día completo 120 dinares = 1,03 €), pero no se caracterizan por su puntualidad: el tiempo de espera que indica la aplicación en tiempo real puede multiplicarse por dos o por tres. De hecho, el tranvía que queríamos coger se fue cuando llegábamos a la parada y para el siguiente quedaban unos 20 minutos, así que tuvimos que improvisar una ruta alternativa y aun así llegar tarde.

Llegamos a la zona de Zvezdara, donde Nemanja nos esperaba. Con él dimos un paseo hasta el cerro donde está el observatorio; llegamos a entrar en el observatorio, de lo cual no estábamos muy seguros, pero él nos dijo que no había ningún problema, ya que conocía a gente que trabajaba allí y se lo había confirmado (las ventajas de tener contactos). Además, estando allí vimos a más gente que entraba de visita, así que nos tranquilizamos. Al salir, nos paramos a tomar algo en un chiringuito de por allí; probamos la Cockta (una bebida de cola con gusto herbal, muy rica) y tuvimos una interesante conversación también sobre la cultura y la política local.

Bonita vista sobre el Danubio desde Zvezdara.

Sobre las 13h Nemanja nos tuvo que dejar para ir a hacer sus cosas y nosotros caminamos. La idea era ir al Museo de Nikola Tesla, pero cuando llegamos había una cola bastante larga y el chico que había guardando la puerta nos dijo que volviéramos más tarde si no queríamos esperar la cola, que podían ser tres cuartos de hora o una hora. Al final nos fuimos y no volvimos, pero lo tenemos pendiente para la siguiente visita. Comimos por allí en un pequeño bistro, donde pudimos probar algunas especialidades serbias como la sarma, y nos volvimos en tranvía al hotel, pasando antes por una librería donde yo había encargado unos libros (de los cuales devolví uno porque me equivoqué al pedirlo, y tuve una comedia con los dependientes intentando hacer la devolución en serbio).

Esto es lo que comimos, pero no me pidas que te diga cómo se llama cada cosa porque solo recuerdo la sarma (arriba a la izquierda), que es col rellena.

Por la tarde, aunque anocheció muy temprano (sobre las 16.30) debido a la latitud y al cambio de hora, salimos en primer lugar a Correos, para enviar cuatro postales a amigos que nos habían pedido una postal. Fuimos primero a la oficina de Correos de Zeleni venac, que estaba muy cerca del hotel, pero muy escondida; entrar allí fue como retroceder unos 50 años en el tiempo, había dos empleadas para toda la oficina (aunque solo una atendía al público) y unas ventanillas con mampara de cristal que bien podrían haber estado ahí desde 1970. La mayoría de los clientes iban para recargar el móvil o pagar facturas, de modo que cuando nos tocó a nosotros y pedí (¡en serbio!) sellos para postales, nos dijeron que no les quedaban, así que nos emplazaron a ir a la oficina del centro, junto a Knez Mihailova. Suerte que estaba cerca; llegamos, pedimos los sellos, los pegamos y echamos las postales en un buzón que había en la puerta, del cual teníamos dudas de que estuviera en funcionamiento. Por suerte, un par de semanas después, los destinatarios nos confirmaron que habían recibido las postales (la paradoja de la era digital).

Ya que estábamos en el centro, hicimos un pequeño tour por las librerías (que hay muchas) buscando algo que quería traerme de Belgrado: un diccionario serbio monolingüe, de nivel básico o escolar, de esos que aquí se ven tanto para lengua castellana o catalana. No veíamos nada. En una librería donde preguntamos no entendían ni el concepto y nos preguntaron cuál era nuestra lengua nativa para ofrecernos un bilingüe. La última adonde fuimos, una pequeña librería junto al Studentski park, estaba atendida por una simpática librera que nos dio la clave: no existen los diccionarios monolingües básicos porque los niños en el colegio no usan diccionarios para la clase de lengua serbia (cosa que también me ha confirmado posteriormente Nemanja, mi tutor). Nos preguntó un Da li čitate ćirilicu? (¿lee usted cirílico?), porque supongo que no contaba con que un extranjero lo supiera leer, y entonces lo que nos pudo ofrecer es un diccionario de tres kilos y medio y más de mil páginas, un diccionario oficial, donde viene todo lo que es normativo, por 5000 dinares (42,74 €), un precio bastante bajo para la clase de diccionario que es.

El libraco de tres kilos y medio.

Personalmente, me recuerda al diccionario de la RAE de tapa dura que usaban en Cifras y letras.

Nos fuimos de allí sin el diccionario (lo compramos el miércoles, como ya os contaré) y volvimos al hotel, al menos con la tranquilidad de saber que no teníamos que seguir buscando algo que no existía. Teníamos hora reservada en el spa, al que no habíamos ido aunque nos correspondía una hora diaria en el precio del alojamiento, así que estuvimos allí y luego cenamos en un asiático que había junto al hotel, que era de lo poco que había abierto tan tarde. Viendo que estaban recogiendo mientras esperábamos la comida, preferimos decirles que lo pusieran para llevar y cenamos en la habitación.

Lo que hicimos el martes, en la cuarta parte.

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