domingo, 19 de febrero de 2017

Superatontado

Querida audiencia, vengo a hablar de un tema del que no he hablado nunca por aquí, y del que no suelo hablar en público. Es una cuestión que he llevado en secreto todo lo que he podido.

Os cuento sin más dilación, de chico fui lo que ahora viene en llamarse un niño de altas capacidades intelectuales. Por entonces nos llamaban superdotados o, los más chapados a la antigua, niños prodigio (que hoy suena muy duro, pero estamos hablando de una época en la que a las personas con movilidad reducida se les llamaba «inválidos»).

¿Por qué cuento esto? He leído un hilo en Twitter (enlazo aquí, su autora es Violet, @daintyataraxi) que habla de los mitos alrededor de las personas con este problema (y elijo bien la palabra, problema, porque para mí lo ha sido). Me ha agradado mucho encontrarme el hilo porque me he sentido completamente identificado y, además, reconforta ver que hay gente que ha pasado por lo mismo.

Voy a comentar algunos de los mitos que menciona el hilo pero centrándome en mi experiencia.

«La gente con alta capacidad intelectual lo hace todo bien». Obviamente es falso. Empezando porque la alta capacidad intelectual es exactamente eso, intelectual. Ya de chico, una psicóloga que me trató le dijo a mi madre señora, su hijo es muy inteligente, pero torpe como él solo (dramatización). Mi psicomotricidad aún hoy es decepcionante, y ahora que estoy con las prácticas de moto, puedo asegurar que con 32 años no es nada buena.

Y por otro lado, alta capacidad intelectual no significa infalibilidad. Claro que nos equivocamos, ¡vaya si nos equivocamos!

«La gente con alta capacidad intelectual siempre saca buenas notas». Pues no. He de decir que a mí me dieron un trato especial en el colegio y pude evitar el fracaso escolar, que he leído que se da mucho entre niños con AACC. Pero no, no sacaba siempre buenas notas. La alta capacidad no vale de nada por sí sola: si te faltan otros factores (hola, motivación), no pones interés, no aprendes y no rindes en un examen.

El propio hilo habla de las deficiencias del sistema educativo en este sentido. Nuestro sistema educativo se basa en memorizar y repetir. A mí me costaba la vida aprender cosas de memoria. Primera y fundamentalmente, porque no me interesaba lo más mínimo. ¿Qué ganaba yo aprendiendo datos como un papagayo? No me proporcionaba ninguna satisfacción, así que no lo hacía. Que podréis pensar que uno no estudia por satisfacción, pero si a una persona que tiene curiosidad y que disfruta aprendiendo le dices que, en lugar de aprender, tiene que memorizar, la frustras (sobre todo a un niño, que no sabe gestionar sus emociones). Esto es así.

He dicho que me dieron un trato especial en el colegio, dentro de sus limitadas posibilidades, dado que no existía ningún programa previsto para niños superdotados. En mi caso, el equipo docente se implicó mucho y resolvió que me meterían en clases de dos cursos por delante (hice 4º de EGB con 7 años). Esto provocó diversos problemas, tanto burocráticos como de desarrollo personal. Los burocráticos ya no importan, y los de desarrollo personal los mencionaré ahora.

«La gente con alta capacidad intelectual no necesita ayuda en nada». Otro error. Claro que necesitamos ayuda. Como bien dice Violet, puede que académicamente necesitemos menos ayuda, pero la necesitamos de otro tipo. Ella comenta la ayuda emocional y yo no podría estar más de acuerdo.

No miento a nadie si os digo que crecí con una cierta sensación de soledad. De ser incomprendido, de no encajar, y todo por culpa de esta característica. Los niños con los que estudiaba me veían como algo raro, porque era dos años menor que ellos (a eso sumamos los que no llevaban bien que sacara buenas notas siendo más chico). Con la mayoría me llevaba bien, pero la relación se acababa a la hora que sonaba la sirena, así que crecí sin demasiadas relaciones de amistad (por no decir ninguna).

Y aunque mi familia siempre me quiso mucho, y siempre tuvieron muy buena intención, en este tema muchas veces no resultaron de mucha ayuda. Porque el estigma que tenía en el colegio continuaba en casa. Frases como «no me preguntes, eres tú el superdotado» no me ayudaban en ningún sentido. U otras como «más que superdotado, eres superatontado». (Bonito juego de palabras, a sumar al de «niño podrido» que me hacían los niños del colegio).

«La gente con alta capacidad intelectual no se relaciona». Sé, me consta, que es mentira, que no es una generalidad… pero en mi caso se cumple. Claro que yo encuentro la explicación en mi infancia. Mi característica era mi carta de presentación, así que todos los prejuicios asociados se manifestaban desde el minuto 1. El 80% de las veces que alguien me conocía por primera vez, me ponía a prueba. Me acabé cansando de que cualquier desconocido me preguntara cuánto era la suma de dos números, por dónde pasaba cualquier río, o cualquier otra pregunta que se le ocurriera (cuya respuesta a veces sabía y a veces no). Creo que se puede entender que, con estas experiencias, acabara evitando activamente conocer gente nueva.

A esto hay que sumar, además, la falta de intereses comunes entre otros niños y yo, pues a mí me apasionaban todos estos temas intelectuales, pero las actividades más comunes de niños (jugar a la pelota, a las canicas, etc.) no me interesaban, y además se me daban mal. Por todo esto, no desarrollé de chico las habilidades sociales que, aún hoy, me faltan.

Y voy con el último mito que menciona Violet: «tener alta capacidad es guay». No sé si reírme o llorar. Hoy en día puedo decir que estoy un poco más en paz conmigo mismo, que he aprendido a vivir con esto y con todo lo que me ha conllevado, y por eso he sido capaz de escribir este texto. Pero durante casi toda mi vida, si me hubieran dado a elegir, habría elegido no tener alta capacidad, no tener ese problema que los demás no tenían, y que me trataran como trataban a los demás.

Porque, además, una de las peores consecuencias que ha tenido para mí es la dificultad para aceptar mis limitaciones. La baja tolerancia al fracaso. Crecí oyendo de todo el mundo que lo que hacía no era suficiente, que podía hacerlo mejor. Yo a casa podía llevar algún notable (si el resto eran sobresalientes), pero si eran dos o tres era porque no me había esforzado. Y no niego que en algunos casos era cierto, que podía haberme esforzado más, pero como digo arriba, a nadie le importaba la motivación. Empezando por los docentes, que en muchos casos también me acababan diciendo que tenía que esforzarme más, pero no hacían nada para que quisiera hacerlo.

¿Esto en qué se traduce? En que uno acaba interiorizando que no puede fallar y acaba convirtiendo cualquier error en un drama y en una crisis emocional. ¿Ejemplo? Tener 24 años, ir en coche con alguien a quien no quería decepcionar, pasarme la salida de la autovía e hincharme a llorar por eso. Así eran las cosas.

Para ir terminando, creo que esto os ha podido dar una idea de por qué he llevado en secreto esta cuestión. Me había perseguido durante tantos años, que para mí fue una liberación impresionante conocer gente sin que supieran que tengo/tenía altas capacidades intelectuales. No tener que demostrar nada cuando conozco a alguien, no tener que dar explicaciones (o no más de las necesarias) cuando algo me sale mal. No vivir con el miedo de decepcionar a la gente.

(También, por eso, me cabreaba cuando alguien hablaba de mí y le contaba a otra persona esto. Era una pesadilla que no acababa.)

Hoy soy un tío de 32 años, puedo estar mejor o peor, mis problemas pueden afectarme más o menos, pero las consecuencias de haber sido un niño podrido sé sobrellevarlas. No digo que las haya superado, sino que sé vivir con ellas. Por esto hago esta «salida del armario» con la que no pretendo conseguir nada, sino simplemente desahogarme un poco y dar mi testimonio sobre algo de lo que intentaba no hablar... además de hacer ver que no es oro todo lo que reluce.

miércoles, 8 de febrero de 2017

Con culpa

En algún momento tenía que pasar, y ha sido hoy. Con casi nueve años de carné, ha sido la primera vez que causo un accidente. Con terceros y con culpa.

He ido a girar a la izquierda sin ceder a los que venían de frente. Ni siquiera vi que existían coches que venían de frente. Hasta que he tenido a la señora encima de mí.

Por suerte no ha sido grave, aunque ahora estoy sin coche. No ha habido ningún daño físico, ni mío ni de la otra señora. Pero por un lado, no sé cómo voy a ir a trabajar, y por otro, tengo un susto que no lo aguanto.

Cada vez que cierro los ojos veo el Nissan azul que viene en mi dirección. Los airbags saltando y el claxon sonando. Y huelo ese asqueroso olor a quemado (¿nitruro de sodio?) que venía con los airbags.

Que estoy exagerando, lo sé. No ha sido nada. De hecho tuve un choque más gordo en 2009, incluso con contractura muscular. Pero este es el primero que es por mi culpa, y este ha sido de frente (el otro fue por alcance). Este lo he visto venir, solo que demasiado tarde. Y, por otro lado, a alguien que hace 60 km cada día lo más normal es que le pase alguna vez algo de este tipo.

Y por supuesto, esto deja en suspenso mis clases de moto. No he parado de pensar que si me hubiera pasado en moto, me habría comido el suelo de mala manera.

Tengo que tener más cuidado y hacer las cosas mejor.