Los que me conocéis sabéis que tengo una extraña relación de amor-odio con el gimnasio. Normalmente la parte de odio nunca la digo y la gente se cree que amo el gimnasio. Voy a explicarme un poco mejor.
Creo que lo expliqué hace años en algún texto de este mismo blog, pero lo explico de nuevo. Hasta los 23 años siempre fui gordo, y si no hubiera sido por un fallo médico, es posible que aún estuviera así. De hecho con casi 20 años, recién regresado de mi Erasmus, alcancé 100 kg, mi máximo. No es una cifra muy bonita para alguien que mide 1,73 m. Pero en fin, como digo, a los 23 adelgacé bastante.
La cuestión es que, cuando cumplí los 26 años, me entró una ligera crisis de identidad y decidí que quería tener un cuerpo más bonito, así que decidí meterme en la musculación en serio y empezar a comer de una manera más adecuada para ganar músculo. Los resultados el primer año fueron espectaculares, pero he de decir que requerían una disciplina que es muy difícil de seguir.
Con los años he ido perdiendo esa disciplina, he ganado peso y perdido forma. También porque, por supuesto, soy seis años más viejo y eso se nota. Pero bueno, al menos me mantengo de una manera medianamente decente. Sé que gracias a las pesas no me he hinchado como un sollo.
Estos motivos son los que dan la parte de «amor» a mi relación con el gimnasio. ¿Y el odio? Pues porque soy más flojo que el fango y me gusta menos moverme que a una pelusa detrás de un mueble. A esto, además, se le suma que en mi gimnasio actual no me encuentro del todo cómodo, como sí lo estaba en el anterior. Pero bueno, voy al gimnasio porque estoy mentalizado de que me hace falta.
Toda esta reflexión viene porque me estaba planteando si debería retomar el plan gimnasio disciplinado. Me debato entre el sí y el no. Por un lado, pienso que debería hacerlo, intentar recuperar una buena figura y ganar en salud y en fuerza. Además, ahora que estoy solo y, por lo que veo, sospecho que pasaré una larga temporada así, ganaré en seguridad si mejoro mi forma.
Y por el otro lado, pienso que por más que lo logre no me convertiré en uno de ellos. Con 32 años el cuerpo no es el mismo que con 26 y el nivel de esfuerzo que se requiere es bastante más alto. Estoy casi convencido de que no voy a perder mi flotador por más que me lo curre. La cuestión, ¿estoy dando excusas para ni siquiera intentarlo?
En fin, que estoy dándole vueltas y aún no he tomado una decisión. El objetivo es bonito y merece la pena, pero no puedo saber hasta qué punto es alcanzable. Lo mejor es que estoy pensando esto en los días previos a las fiestas de fin de año… parece que no tenía otro momento más adecuado. Pero en fin, si no hacemos nada especial en casa (y no creo que lo hagamos, más allá de la cena de fin de año), tampoco tiene por qué ser una fecha mala.
Ya os iré actualizando con los progresos.
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