sábado, 31 de diciembre de 2016

En 2016...

Cuenta la leyenda que cada 31 de diciembre yo hacía un resumen de mi año aquí en mi blog. Acabo de comprobar, sin embargo, que la última vez que lo hice fue en 2013, y lo hice tarde.

(Lo que nunca cuento es que esto es plagiado de Almu, pero bueno).

Va siendo hora de retomar las buenas costumbres. Aquí está mi esperadísimo resumen del año.

En este año que acaba, 2016...
  • Conocí Peníscola. Vale, no es que haya viajado poco, es que solo he ido a sitios que ya conocía. Salvo Peníscola.
  • Entablé una amistad más cercana con mis compañeros de curro, sobre todo con Miguel y Jose.
  • Me sacaron una muela del juicio, el primer diente que me quitan. Ahora solo me quedan 31.
  • Terminé de pagar mi coche (¡un año antes de lo previsto!).
  • Me compré una regla de cálculo porque soy así de friki.
  • Voté en unas elecciones generales... tapándome la nariz.
  • Me mudé a Sevilla capital y empecé a compartir piso con mi hermana.
  • En relación con eso, me cambié de gimnasio y ahora estoy en uno chico y lleno de ciclados con morritos. Bueno, como todos.
  • Hice mi primera venta en eBay. Tampoco gran cosa, que saqué 12 euros.
  • Escribí un libro sobre política y marxismo para mi sobrina y lo publiqué en Amazon. Ya he vendido 11 copias, más las que he regalado.
  • Volví a visitar una de mis ciudades favoritas, Berlín, y me arrepentí de no haberme ido allí a vivir hace años.
  • Quise donar sangre y me dijeron que no podía. Maldito rasgo drepanocítico.
  • Mi relación de cuatro años con mi pareja llegó a su fin, la más larga que he tenido hasta ahora.
  • Conocí a alguien que me fascinó y estuve unos meses a pico y pala. Pero vi que el interés no era mutuo, así que me retiré por donde vine (aunque lo siga teniendo presente).
  • Aparte de eso, desvirtualicé a más gente de Twitter a la que le tengo mucho cariño, como Cristòfol, Fran y Vic.
  • Además, volví a ver a amigos de toda la vida a quienes quiero un montón, como Almu, Laura, Iván y Juan (en Madrid), Fran, Nando y Antonio (en Sevilla).
  • Intenté reactivar mi vida sexual, pero solo estuve con dos tíos y uno me pegó ladillas. No me lo ha reconocido.
  • Cumplí 32 años, es decir, que en base binaria ya tengo seis cifras (100000).
  • Fui reelegido delegado de personal en unas elecciones sindicales algo decepcionantes.
  • Decidí no renovar la tarjeta de descuento del cine. Total, estando soltero no voy.
  • Me apunté a la autoescuela para sacarme el permiso de moto.
Y eso es todo lo reseñable. Aunque últimamente estoy más bien decaído, el año no ha sido taaaan malo. Eso sí, espero que 2017 sea mejor. Y gracias a todxs por haber estado conmigo.

jueves, 29 de diciembre de 2016

Outside

Como ya sabréis, el pasado domingo murió el cantante británico George Michael, vocalista del grupo de los 80 Wham! y luego artista en solitario. Lo recordaréis de canciones míticas como Last Christmas, Wake me up before you go-go (con Wham!), Faith o Freedom (en solitario).

Faith

Nunca fui fan de George Michael. Cuando estuvo de moda yo era muy joven, así que nunca me llamó la atención, aunque a mis hermanas mayores les gustaba. Y posteriormente, en la época en que me empezó a interesar la música, las canciones de este señor no iban conmigo; probablemente, porque eran de un estilo que nunca me gustó (me vienen a la mente As e If I told you that, a ambas puedo encontrarles el gusto hoy, pero hace dieciséis años no).

Si nunca fui su fan, ¿a qué viene que hable ahora de él? Porque lo merece. Os cuento.

Pongo en antecedentes para quien no conozca a este señor. George Michael era homosexual, aunque él no lo declaró públicamente, ni en la época de Wham! ni al principio de su carrera en solitario. En abril de 1998, sin embargo, fue arrestado por acto obsceno en Beverly Hills, California. El acto obsceno fue enseñarle el rabo a otro señor mientras hacía cruising. El problema es que este otro señor era un policía de paisano que le había tendido una trampa.

Lo épico fue la reacción de George Michael. Se negó a declararse inocente en el juicio (nolo contendere) y fue condenado a una multa de 810 dólares y 80 horas de servicio comunitario. Por hacer cruising en un baño público.

Si ya esto es suficiente motivo para estar orgulloso de este hombre (recordemos, un personaje público, famoso), la cosa no queda ahí. En octubre de ese mismo año, y como primer single de su disco recopilatorio, lanza la canción Outside (que se traduce como «fuera, en la calle») donde satiriza todo este acontecimiento. El vídeo es una verdadera parodia de la represión sexual de las leyes estadounidenses, y en la letra habla abiertamente de sus preferencias sexuales: la letra no decía que le gustaran los hombres, eso ya había quedado claro en el escándalo; Outside habla de no recluir tu sexualidad a la intimidad de tu casa. Quería dejar claro que no se arrepentía de su episodio de cruising.

Outside

Esta canción llegó muy, muy adelantada a su tiempo. Si hoy en día cualquier leve demostración de sexo en público escandaliza, podéis imaginar qué se pensaba del cruising en 1998. Pero es que su autor ya estaba adelantado a su tiempo, y con esto no hizo más que gritar contra la asquerosa represión social, contra la homofobia que, si bien ahora es asfixiante, en los años 90 lo era mucho más.

No puedo decir que el gesto de este señor me influyera porque lo vi desde mucha distancia y sin enterarme de lo que pasaba. Yo en 1998 estaba pasando mi pequeño drama particular de sospechar y luego darme cuenta de que era gay, y posteriormente de estar aterrado de que cualquier persona llegara a saberlo (las cosas que pasan cuando uno está en el armario con 13-14 años). Sin embargo, me puedo imaginar que fue de gran ayuda para muchas otras personas que estaban dentro del armario y asustadas por la homofobia de la sociedad en la que vivían. Me lo ha confirmado Owen Jones en su artículo del lunes pasado en The Guardian.

No quiero dejar de enlazar aquí un tuit suyo que resume todo esto.


A George Michael no solo hay que agradecerle eso, nunca tuvo miedo de dar la cara por aquello en que creía. Criticaba duramente la imagen azucarada y sexualmente inofensiva que daban los medios sobre el colectivo gay. Nunca negó ser votante de los laboristas (a pesar de que los defensores de Thatcher se arrogaran a Wham!), e hizo conciertos en favor de los mineros en huelga contra Thatcher (1984) y en favor de las enfermeras del servicio público de salud (2006). Se posicionó públicamente en contra del gobierno de Blair tras su implicación en la guerra de Iraq, lanzando una canción (Shoot the dog) que provocó muchas críticas.

Así que comprenderéis por qué escribo este texto. Aunque no fuera seguidor de su música, tengo claro que fue una persona digna de admiración. Creo que el mundo está peor sin él, y lamento que no haya más gente que aproveche su posición de fama para alzar la voz sobre causas necesarias.

Que descanse.

domingo, 18 de diciembre de 2016

A todo el mundo hay que darle su sitio

En mi casa había conciencia de clase, aunque no habláramos de ella. Desde chico, mis hermanas y mi madre (y mi padre en los pocos años que conviví con él) me enseñaron que hay que respetar y valorar el trabajo de todo el mundo.

Claro que todo esto era mucho más fácil de enseñar cuando mi madre cocinaba y limpiaba en casas ajenas y en restaurantes, y mis hermanas eran camareras, cocineras o secretarias. Después llegaban a casa y compartían todo lo que les pasaba en el trabajo, los problemas con sus jefes o con los clientes (en cada caso).

Cuando tuve mi primer trabajo, muchas de estas cosas me quedaban muy atrás. Había pasado unos cuantos años en la universidad (con el adoctrinamiento elitista que esto conlleva) y, aunque nunca olvidé lo que había aprendido en casa, había detalles en los que no reparaba.

En este trabajo, todos mis compañeros, o la gran mayoría, eran como yo, chavales de veintipocos años, recién egresados y sin experiencia laboral, así que estábamos todos igual de verdes. Excepto uno, con quien me llevaba muy bien. Tenía diez años más que nosotros, había trabajado en sitios muy variopintos y era un tío muy observador, decía cosas muy interesantes. Así que hablaba mucho con él.

Una de las cosas que me dijo un día es que «a todo el mundo hay que darle su sitio», y me puso el ejemplo de que cuando entró en la empresa, el primer día se paró a hablar con el portero y le dijo que desde entonces iba a trabajar ahí. En ese momento no lo entendí. El portero era un señor que trabajaba en la puerta del aparcamiento y con el que nadie se paraba a hablar porque entrábamos en coche y ni siquiera venía de camino hablar con él; si querías hacerlo, tenías que ir expresamente.

Han pasado ocho años desde entonces y ahora puedo entender mucho mejor a lo que se refería. Estamos inmersos en una sociedad de valores clasistas, donde damos más importancia a unas personas que a otras según su relación social, su puesto de trabajo, su poder adquisitivo... y al final nos encontramos con un puñado de gente que desprecia a porteros, recepcionistas, camareros, secretarios, cajeros, limpiadores, y en general a toda la gente que se encuentra trabajando cara al público. La asquerosa máxima liberal de que el cliente siempre tiene la razón ha hecho mucho daño, porque además es mentira. A veces el cliente es, simplemente, gilipollas.

Por simple respeto, es importante valorar y agradecer el trabajo de todas las personas. También por empatía, porque seguro que a todos nos gustaría que nos valoraran y agradecieran nuestro trabajo. Pero es que además tiene un lado provechoso. Cuando las personas sienten su trabajo valorado, seguramente lo hagan mejor y con más ganas, y el resultado será más satisfactorio para nosotros si vamos a ser los receptores de ese trabajo, o si somos sus clientes.

Seguramente, ese portero al que mi compañero fue a presentarse el primer día, lo recordará posteriormente y podrá ayudarlo cuando lo necesite. Si facilitas el trabajo de las personas que limpian, seguro que disfrutarás de lugares más aseados. Si tratas con educación y amabilidad al camarero, puedes estar seguro de que estará más receptivo si tienes alguna petición que hacerle o si hubiera algún problema con la comida. Lo mismo con los secretarios, recepcionistas, y demás personas cuyo trabajo consista en atenderte. Y, desde luego, si eres amable, no se irán a casa pensando en el imbécil que llegó hablándoles con malos modos.

Y, por último, recuerda que por muy cliente que seas y por mucho dinero que tengas, si esa persona no te atendiera, no podrías tener lo que has ido a buscar. Sin su trabajo, tu dinero no vale para nada.

Por todo esto, recuerda dar a cada uno su sitio. Un buenos días, un por favor, unas gracias y una sonrisa, son gratis y pueden marcar una gran diferencia.

(Ya otro día si queréis os cuento la anécdota de cuando me peleé con un señor pijo en una estación de tren a cuenta de su comportamiento con la limpiadora. Ya sabéis que tiendo a ser algo bronquista).

domingo, 11 de diciembre de 2016

¿Demasiado tarde para el «in corpore sano»?

Los que me conocéis sabéis que tengo una extraña relación de amor-odio con el gimnasio. Normalmente la parte de odio nunca la digo y la gente se cree que amo el gimnasio. Voy a explicarme un poco mejor.

Creo que lo expliqué hace años en algún texto de este mismo blog, pero lo explico de nuevo. Hasta los 23 años siempre fui gordo, y si no hubiera sido por un fallo médico, es posible que aún estuviera así. De hecho con casi 20 años, recién regresado de mi Erasmus, alcancé 100 kg, mi máximo. No es una cifra muy bonita para alguien que mide 1,73 m. Pero en fin, como digo, a los 23 adelgacé bastante.

La cuestión es que, cuando cumplí los 26 años, me entró una ligera crisis de identidad y decidí que quería tener un cuerpo más bonito, así que decidí meterme en la musculación en serio y empezar a comer de una manera más adecuada para ganar músculo. Los resultados el primer año fueron espectaculares, pero he de decir que requerían una disciplina que es muy difícil de seguir.

Con los años he ido perdiendo esa disciplina, he ganado peso y perdido forma. También porque, por supuesto, soy seis años más viejo y eso se nota. Pero bueno, al menos me mantengo de una manera medianamente decente. Sé que gracias a las pesas no me he hinchado como un sollo.

Estos motivos son los que dan la parte de «amor» a mi relación con el gimnasio. ¿Y el odio? Pues porque soy más flojo que el fango y me gusta menos moverme que a una pelusa detrás de un mueble. A esto, además, se le suma que en mi gimnasio actual no me encuentro del todo cómodo, como sí lo estaba en el anterior. Pero bueno, voy al gimnasio porque estoy mentalizado de que me hace falta.

Toda esta reflexión viene porque me estaba planteando si debería retomar el plan gimnasio disciplinado. Me debato entre el sí y el no. Por un lado, pienso que debería hacerlo, intentar recuperar una buena figura y ganar en salud y en fuerza. Además, ahora que estoy solo y, por lo que veo, sospecho que pasaré una larga temporada así, ganaré en seguridad si mejoro mi forma.

Y por el otro lado, pienso que por más que lo logre no me convertiré en uno de ellos. Con 32 años el cuerpo no es el mismo que con 26 y el nivel de esfuerzo que se requiere es bastante más alto. Estoy casi convencido de que no voy a perder mi flotador por más que me lo curre. La cuestión, ¿estoy dando excusas para ni siquiera intentarlo?

En fin, que estoy dándole vueltas y aún no he tomado una decisión. El objetivo es bonito y merece la pena, pero no puedo saber hasta qué punto es alcanzable. Lo mejor es que estoy pensando esto en los días previos a las fiestas de fin de año… parece que no tenía otro momento más adecuado. Pero en fin, si no hacemos nada especial en casa (y no creo que lo hagamos, más allá de la cena de fin de año), tampoco tiene por qué ser una fecha mala.

Ya os iré actualizando con los progresos.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Real o no real

Me despierto por la mañana, miro el móvil, consulto el correo. Entro en las redes sociales. Todo bien, lo de siempre. Me levanto, desayuno. Voy al gimnasio, vuelvo, me hago el almuerzo, me ducho, voy a trabajar. Me paso ocho horas oyendo a mi jefe, preparando órdenes de trabajo, resolviendo dudas sindicales. Vuelvo a casa, estoy un rato en el ordenador, me voy a la cama a dormir.

En el ordenador, entro repetidamente en webs de contactos, en chats, en aplicaciones, intento entablar conversaciones con desconocidos que en el mejor de los casos solo quieren compartir un par de horas en la cama.

Y todo esto, ¿para qué?

Intento engañarme a mí mismo, pero no lo consigo, sé que es todo una mentira. Quedo con personas que, como mucho, me parecen tolerables. Evito páginas web y redes sociales que puedan romper mi pequeña burbuja. Intento no quedarme ocioso en ningún momento.

Porque, ay, las horas en blanco son mis peores enemigas. Porque pensar me hace daño.

Porque si no mantengo la mente ocupada, me viene a la cabeza verte jugando al GTA. Me viene a la cabeza ese paseo después del cine que me permitió conocerte mejor. Me asaltan los recuerdos de llevar a Socs hasta el veterinario, o de cenar de japonés en casa viendo los Simpson.

Porque cuando llega la noche recuerdo acariciarte mientras te quedabas dormido, y apoyar la cabeza en tu pecho al despertar. Y ese momento en que me dijiste que te alegrabas de que estuviera allí contigo. Ese beso en el supermercado que por un momento me hizo olvidar todo lo demás.

Y por eso hago todo lo posible por no pensar y mantenerme en mi burbuja. Porque cuando te leo, cuando sé algo de ti, vuelvo a recordar que no lo conseguí, que no fui suficiente, que en algún momento perdí la oportunidad.

En mi pequeño mundo, en este plató del Show de Truman en el que estoy metido, quizá no sea feliz, pero no me siento desdichado. El problema es que sé que no es real, que es una ficción de bajo coste. Que, si soy sincero, el que me llena eres tú.

Entonces me pregunto por qué sigo buscando encerrarme en mi mundo y negar lo que siento en realidad. Pero lo hago para defenderme, para sobrevivir. El amor nunca se malgasta, cierto, pero darlo te puede dejar sin energía.

Y uno ya tiene una edad y sabe que esto se pasará. Que la vida continúa, que no sé dónde estaremos mañana, con quién nos cruzaremos o qué decisiones tomaremos. Que la gente va y viene, y solo se queda quien quiere… y que, más pronto que tarde, llegará el día en que estos tres meses solo me traigan buenos recuerdos, por la ilusión que me hiciste sentir.

sábado, 3 de diciembre de 2016

En analógico

Solo paso por aquí para deciros, a los millones de personas que me leéis, que voy a estar entrando menos en las redes sociales estos días. Creo que después de estos últimos cuatro meses de caos y drama necesito pararme a pensar adónde quiero llegar con mi vida, dejar de tomar decisiones erróneas y destructivas, y para eso estaré mejor si evito leer cosas que me puedan afectar negativamente o hacer daño.

Aún pasaré por Facebook y Twitter, solo que menos a menudo. Si queréis algo urgente, ya tenéis mi WhatsApp o mi Telegram. Y espero volver pronto y bien repuesto.