viernes, 13 de agosto de 2010

Serpentino

Una enorme decepción que me ha dado Internet recientemente ha sido que en ningún lado he encontrado nada sobre los cuentos de Serpentino.

Los cuentos de Serpentino marcaron mi infancia. Eran mis cuentos favoritos, los leí mil veces, y antes de que supiera leer ya me los leían. Tenía bastantes, como seis o siete. Y sin embargo, en internet no hay ni rastro.

Salvo que encontré una ficha en la web de una biblioteca pública del Principado de Asturias, gracias a la cual he averiguado el nombre del autor: Richard Scarry. En toda la web en español no hay casi nada sobre este autor y mucho menos sobre Serpentino. Sin embargo, entre los resultados en inglés hay mucho escrito sobre él. Al parecer, su serie Busytown ha vendido más de 100 millones de libros en todo el mundo, traducidos a más de 30 idiomas. Y ciertamente, Busytown es la que yo conocía como Serpentino.

Es curiosa la adaptación, porque los protagonistas de la historia original son la familia de gatos, mientras que en la adaptación al español, el protagonista es Serpentino, una lombriz amiga del hijo de la familia de gatos, que además, van siempre vestidos de tiroleses. La Wikipedia cuenta, asimismo, que en los cuentos abundaban los detalles sobre los mecanismos de los aparatos que se presentaban en los cuentos (como barcos o aviones).

Cuando pueda os subo una foto para que veáis de qué os estoy hablando, pero por lo pronto, siempre podéis ir a Google Imágenes y poner "Busytown Richard Scarry".

Los cuentos los tiene ahora mi sobrino, y espero que a él también lo marquen como me marcaron a mí.

jueves, 5 de agosto de 2010

Gatos embotellados

Llevo diez años con internet en casa, que se dice pronto; a finales de febrero de 2000 mi hermana compró un "bononet" por el que teníamos treinta horas al mes de internet, creo que era (según esta web, costaba 4.000 pesetas, 24 euros, con el IPC de diez años serían unos 32 euros actuales).

Ni que decir tiene que los mails que recibía eran testimoniales, dado que muy poca gente tenía internet y menos aún mi dirección, claro.

Cuando entré en la universidad ya tenía tarifa plana de todo el día (y de alta velocidad, 128 kbps, ¡increíble!). En la universidad nos dimos los correos electrónicos los que teníamos internet. Y pocos días después me llegó un correo encadenado.

Para mí, hasta entonces, las cadenas habían sido esa cosa tétrica que recibías en tu buzón bajo amenaza de que, si no la reenviabas, algo muy malito le pasaría a tu casa y a tu familia. Por supuesto, las cartas encadenadas eran anónimas.

Con internet la cosa cambia, claro, porque siempre sabes quién te escribe (pueden ser identidades falsas, pero siempre aparece una identidad en el remitente). En este caso, mi compañera de clase me había escrito un e-mail. Lo abrí con toda mi ilusión y vi que era un correo encadenado en el que se alertaba de que algún insensible estaba embotellando gatos y vendiéndolos porque pensaba que así eran más bonitos.

No voy a hablar de la historia de los gatos embotellados porque una simple búsqueda en Google da más información y mejor de la que yo pueda dar. Como se esperaba, y como estaba claro, los gatos nunca habían sido embotellados, la noticia era más falsa que un duro de maera (o que un billete de cartón).

Pero claro, Internet no era lo que es hoy y hasta que te enterabas de que los pobres gatos embotellados nunca habían existido podían pasar años. De hecho yo tardé unos tres años en enterarme de que no había tales gatos, gracias a la web de una compañía antivirus que tenía una sección sobre leyendas urbanas internáuticas.

Hoy en día, por suerte, estas leyendas urbanas no resisten el más mínimo examen de Google, aunque por desgracia, mucha gente no se lo hace, se cree todo lo que le envían y lo reenvían "por si acaso". Claro está que los mails que apelan a la superstición ni siquiera son examinables, el supersticioso los reenviará siempre. Yo llevo unos ocho años sin reenviar ningún correo encadenado (que no sea divertido) y ni me han caído años de mala suerte, ni soy desafortunado en el amor, ni se ha muerto nadie de mi familia, ni me he muerto yo, ni se me ha aparecido la Begoña Verónica en el baño ni en ninguna curva de noche, ni han puesto el messenger de pago, ni me han llegado tickets de descuento para el Mercadona.

Quiero terminar recordándoos que no calentéis agua en el microondas salvo que lo hagáis en un vaso viejo y rayado o con algo dentro del agua (un palito de madera, por ejemplo) por donde pueda empezar a hervir. No es justificación para enviar un correo encadenado, pero es totalmente cierto.