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domingo, 1 de septiembre de 2019

Iluminaciones

Cuando la vida requiere que hagas cosas ya, te pone problemas que necesitan toda tu atención y todo tu esfuerzo, todo lo que tiene menos importancia desaparece.

Me he dado cuenta de que el viaje a Bremen y la mudanza a Hamburgo me han servido para olvidarme de mi drama emocional. La necesidad de encontrar alojamiento, de adaptarme a un nuevo trabajo, de organizarme la vida de la manera menos perjudicial posible, han captado toda mi atención durante estas semanas.

Y no es que haya olvidado del todo a JJ, no lo he hecho. Y no creo que lo olvide nunca, porque por suerte o por desgracia, lo que pasó quedará para siempre. Pero si antes dolía, aunque fuera poco, ahora ya no duele. Esta frase de una de las canciones que más he oído estos meses atrás ya no es aplicable:

Si ya no queda nada de que hablar, si ya no queda nada que callar, ¿cómo puede ser que duela tanto? (Diciembre, La Oreja de Van Gogh)

También ha ayudado el hecho de no tener que estar enfrentándome todos los días a sitios y a acciones cotidianas que relacionaba con él de un modo u otro. Lo de cambiar de aires funciona.

Me sigue doliendo que se comportara así, y haberme enamorado de alguien que me respondió de esa manera. Pero esos aspectos tan concretos ya no los recuerdo a cada rato, a veces ni siquiera cada día. Por otro lado, estoy contento de empezar a volver a ser yo, porque en estos dos años no lo he sido. Había elegido dejar de serlo para gustarle a alguien que rechazaba los aspectos de mi vida que más me definían y más me gustaban.

No duele, pero afecta. Afecta porque traigo secuelas, porque donde antes confiaba ahora desconfío, porque donde antes me lanzaba ahora me retraigo, porque donde antes me enorgullecía ahora me avergüenzo. Y verme esas secuelas sí me duele, aunque esté intentando superarlas y sanarlas. Pero claro, cuando estás hablando con un amigo que te conoce de hace muchos años y de repente te dice... Dani, ¿por qué dices eso? Tú nunca has sido así... Sí, eso duele. Y no es su culpa, solo describe algo que es cierto. Soy, de nuevo, el gato escaldado, como en esta entrada de hace diez años.

Así que, bueno, de todo hay que sacar una lectura positiva. Aunque todavía estoy en las primeras etapas de la recuperación, he decidido no esconder las cosas que me gustan. Si eso significa que voy a estar solo, pues mira, como decía mi madre, a mí no me hace falta nadie. Es mentira, porque familia y amigos siempre hacen falta (y estoy muy orgulloso de los que tengo), pero no me hace falta una pareja, por mucho que eche de menos el cariño físico. O al menos, desde luego, no una que se limite a tolerarme y solo cuando está de buen humor. Yo vengo en un pack con todas mis características (¡incluido mi equipaje!), y no puedo ser personalizado a placer.

Por lo pronto, ahora toca pasar unos días en Sevilla, otros días con algunos de mis mejores amigos en Calp, y luego vuelta a la aventura alemana, por pocas ganas que tenga. Y, de ahí, aprovechar todo lo que pueda.

lunes, 16 de enero de 2017

El duelo y el rechazo

Queridos amigos, habéis vivido conmigo el amor, el frenesí y el golpe. Ahora vamos a vivir juntos el duelo.

Hoy vengo a hablaros de que soy como un puñetero perro de Pavlov. Condicionamiento clásico.

Soy una persona de naturaleza curiosa. Cuando me interesa algo, quiero saberlo todo. Por ejemplo, cuando en 2010 empecé en el mundo de la musculación, estuve meses leyendo foros, libros, viendo vídeos. Lo mismo con cualquier otro tema que me pueda interesar. Después la obsesión se me pasa y olvido muchos de los detalles que he aprendido, pero me queda un poso, y en algunos casos, el tema del que me «obsesioné» pasa a formar parte de mi vida cotidiana.

(Entre otros motivos, creo que por eso la gente me dice que sé muchas cosas: porque en algún momento me ha podido interesar un tema y he aprendido mucho sobre él, así que retengo algunos conocimientos).

Pues cuando me gusta una persona, me pasa lo mismo. Intento saber mucho sobre ella, conocerla al máximo. ¿Cuál es el problema? Que hago asociaciones mentales bastante fuertes. Y si todo va bien no hay problema, pero si hay algún desengaño o alguna experiencia negativa, todas estas asociaciones me causan un rechazo igual de fuerte. Ejemplo, en 2008 un tipo estuvo engatusándome para luego pasar de mí, así que luego estuve meses sin pisar el Corte Inglés, porque era su tienda favorita y había ido allí con él. No era despecho, simplemente repulsión, no me apetecía estar allí, se me hacía incómodo. No sé si me explico.

En mi desengaño reciente he hecho algunas asociaciones claras. Tal grupo de música cuya discografía me bajé para ponerla en el pen del coche, por si venía a visitarme. Aquella canción que le encanta. Este producto del desayuno que le gusta y por el cual nos picábamos. Hasta ahí bien, son cosas sin las que puedo vivir. El problema es cuando el rechazo me lo provocan elementos menos evitables como, por ejemplo, su ciudad. No me apetece pisarla ni oír hablar de ella, lo cual es bastante ingrato por mi parte, dado que tengo muy buenos amigos allí.

No me gusta ser así, no me gusta funcionar de esta manera tan irracional. No me gusta coger aversión a cosas que no tienen por qué desagradarme, solo porque una persona me haya herido. Al fin y al cabo también tengo buenos recuerdos y son los que deberían primar, incluso al recordar a esta persona, con quien pasé muy buenos momentos.

Y por supuesto, odio ser así de visceral, así de simple, en definitiva. Vivo con eso, porque me ha pasado siempre; solo espero que esta vez no sea por mucho tiempo. A ver si se notan los años y todo mejora rápido ;)