martes, 14 de marzo de 2023

Tres años de pandemia

Aunque el estallido de la pandemia de la Covid-19 tiene más tiempo, pues en China comenzó en diciembre de 2019, hoy hace tres años que se declaró el estado de alarma en España. Unos días antes ya se venía oyendo que “nos encerrarían”, pero fue efectivamente el 14 de marzo cuando se hizo público que a partir del lunes siguiente no saldríamos a la calle para evitar contagios. En fin, no voy a recordar hechos, que cualquiera puede meterse en la Wikipedia y consultar la cronología.

Yo estoy aquí para hablar de lo que supuso la pandemia para mí personalmente, vista con una perspectiva de tres años. Hoy está en Twitter todo el mundo hablando de aquella época, de la psicosis colectiva, de la incertidumbre y de las locuras que se veían hacer por la calle y en los supermercados; los policías de balcón, los carros llenos de papel higiénico, la escasez de harina y levadura porque todo el mundo quería hacer el pan en casa o la gente que salía a pasear y cuando la policía los paraba decían que eran perros.

Fue una época extraña para mí. Aunque ya habían anunciado que nos encerrarían, los dos primeros días yo seguí yendo a trabajar porque tenía turno de fin de semana y mi empresa aún no había previsto nada. Y durante las dos primeras semanas tuve que ir un par de veces al sindicato para negociar un ERTE de suspensión para casi toda la plantilla; la experiencia de salir con una autorización del sindicato y que no hubiera nadie por la calle fue bastante novedosa. Y durante la negociación se oyeron frases como “lo firmamos hasta finales de junio, que para entonces ya habrá pasado todo esto, muy malas tienen que venir para que en julio siga estando este virus”. Claro que en esas fechas todo el mundo era especialista en epidemiología.

Esos primeros meses me resultaron duros. El primer golpe fue porque, sin yo saberlo, me tomaba mi trabajo como una fuente de autoestima. Como se me daba bien, como era bueno y reconocido por mis compañeros, una parte de mi valor la basaba en eso, y de repente había desaparecido. Tuve que aprender a vivir sin eso. Al final es positivo, pero me costó.

Por otro lado, estar encerrado no le hace bien a nadie. Por entonces, yo vivía con mi hermana y la que entonces era su novia. Y en ningún momento negué que no me sentía bien estando encerrado; para fin de año (dos meses y medio antes) había vuelto de Hamburgo y en ese lapso me había dado tiempo de ir a ver una psicóloga y asistir a terapia. Una de las conclusiones que habíamos sacado era que necesitaba salir y quedar con mis (pocos) amigos más a menudo, así que un encierro era lo que menos necesitaba. Y por otro lado, la convivencia no siempre era sencilla; mi hermana decía que vivía genial encerrada y sin tener que salir, pero estaba igual de nerviosa que yo o que su novia.

Para mayo empezó lo que llamaban la desescalada y comenzamos a poder salir, primero una hora al día, y luego más tiempo, según los contagios de cada provincia. Continuaba un poco la psicosis colectiva, pero salir de casa nos vino bien a todos y la ilusión de que podíamos comenzar a hacer vida normal, aunque fuera con mascarilla. Por aquel entonces yo era bastante pesimista y de hecho dejé un artículo aquí en el blog donde ponía en duda que la vieja normalidad fuera a volver en algún momento.

Mientras tanto, mi universidad no tenía claro qué hacer e iba improvisando. Al final conseguimos acabar el cuatrimestre de forma telemática; unos profesores se adaptaron bien, otros no se adaptaron en absolutamente nada e incluso nos obligaron a hacer el examen cada uno en casa y con la cámara puesta para ver que no copiábamos. Cuatro horas y media en la que nos exigían que estuviéramos solos en una habitación sin ruido, cuando nadie vivía solo. La Universidad de Sevilla, desde luego, no es ningún ejemplo de flexibilidad ni de adaptación.

(Para el curso 2020-21 instalaron cámaras, altavoces y micrófonos en todas las aulas para que las clases pudieran seguirse simultáneamente desde casa y así hacer un sistema de turnos semipresencial. Para el curso 2021-22 el rectorado decidió que las cámaras, altavoces y micrófonos se debían desmantelar porque se ve que a su criterio era mejor desperdiciar toda esa inversión que permitir algo de flexibilidad en la docencia).

En julio la empresa volvió a negociar un ERTE hasta diciembre y ese verano el gobierno nos dejó salir con muy pocas restricciones porque, como ya se sabe, salvar la economía es lo primero (luego en otoño vino un repunte de los casos, pero habíamos salvado el verano). Así que aproveché para ir a Valencia y quedar con mis amigos de allí; fue la última vez que nos vimos todos y lo pasamos genial.

Para otoño llegó un intento de vuelta a la normalidad. Las clases se organizaron de manera semipresencial como comentaba arriba, y del trabajo no supimos nada hasta mediados de octubre, que la empresa nos convocó a “negociar” un ERE; las comillas son correctas, porque se negaron a llegar a ningún acuerdo: más bien nos enseñaron su propuesta y esperaron que firmáramos sin moverse ni un milímetro de lo que habían decidido. Si bien yo esperaba que me incluyeran en dicho ERE, la sorpresa me la llevé cuando publicaron la lista de los afectados y yo no estaba (fueron tan torpes y déspotas que no permitieron voluntariedad, sino que ellos eligieron quiénes irían a la calle, sin posibilidad de alegar nada). Tuve que negociar con ellos otro tipo de salida, y fue posible porque yo no quería seguir en la empresa, pero la empresa tampoco me quería con ellos.

Así empezó 2021, con una extinción de contrato por no aceptar movilidad geográfica y un montón de tiempo libre que utilicé para terminar las asignaturas, escribir y defender el TFG, lo cual hice a finales de junio. Para el día del Orgullo ya era legalmente graduado en ingeniería y seguía estando parado. Eso era lo que me iba poniendo nervioso, porque aunque tenía 22 meses de prestación, iba viendo cómo pasaba el tiempo y no me salía nada. Tomé la decisión de matricularme en un máster para no estar sin hacer nada, pero con la idea de que, si me salía algún trabajo, la prioridad era trabajar.

A finales de septiembre empecé a ir a la EOI para retomar mi alemán y matricularme en el C1, y a mediados de octubre comenzaron las clases de máster. Justamente fue esa semana cuando me llamaron de un trabajo al cual no recordaba ni siquiera haberme postulado, como operario en una multinacional de detergentes y suavizantes en Granollers. Tras pensármelo todo lo que pude (no tuve mucho tiempo) acepté la oferta y me mudé, así que para noviembre de 2021 estaba viviendo en una casa compartida en medio del campo en Catalunya y trabajando a turnos en la fabricación de famosas marcas de productos de limpieza. Un año duré, hasta que las ofertas de trabajo que solicitaba (miraba cada día y todas las semanas me presentaba a dos o tres) me permitieron cambiar de trabajo a un puesto de ingeniero, en el que estoy ahora.

En cuanto a la Covid, me puse dos vacunas en verano de 2021 y me acabé contagiando en enero de 2022, en lo que llamaron la sexta ola (creo), que contagió a casi la mitad de la población de Catalunya y donde la protagonista era la variante ómicron. La pasé como una gripe fuerte y, fue tan numerosa esa ola, que las medidas definitivas de desescalada se dieron poco después. Para el verano de 2022 ya solo era necesaria la mascarilla en el transporte público y en los centros sanitarios.

Todo este largo texto ha sido para reflexionar sobre cómo te puede cambiar la vida cualquier evento. Vale que el estallido de una pandemia no es moco de pavo, pero mucha gente ha vuelto a su vida original. No ha sido mi caso. ¿Dónde estaría ahora si no hubiera habido Covid? Probablemente no estaría aquí, ¿o sí? ¿Tomé las decisiones correctas? Es algo que no sé y que no sabré jamás, pero que a menudo me hace pensar.

martes, 7 de marzo de 2023

Unser Lied für Liverpool 2023

El viernes pasado vimos #UnserLiedFuerLiverpool y fue una experiencia muy decepcionante. Tenía esperanzas de que Alemania haría un buen programa, había pasado más de una década desde la última vez que vi una preselección alemana y Eurovisión ha cambiado bastante, así que tenía expectativas. Además, habíamos visto algunas preselecciones muy buenas este año y pensé que Alemania estaría a la altura, pero por desgracia no lo estuvo.

Para empezar, el formato fue un completo error – o un acierto si quieres que tu audiencia sean personas mayores que están viendo el programa porque no hay nada mejor en la tele. Es un concurso musical, ¿por qué lo ibas a querer presentar como si fuera una quedada informal en el salón de la presentadora? Las conversaciones entre los invitados y la presentadora sobre sus vidas sobraban del todo, esas charlas aburrían y estaban llenas de lugares comunes. Por una vez, me hubiera gustado no saber alemán, porque habría pasado menos vergüenza ajena.

Y ya que hablamos de los invitados – puedo entender a Ilse DeLange porque fue participante en Eurovisión, pero los otros dos no tenían nada interesante que añadir.

Sobre la mala calidad de las canciones, no es culpa de la ARD, pero es una pena que todas fueran tan genéricas y planas, a la mayoría les faltaba originalidad, especialmente a esa boyband que pretendía imitar los grupos estadounidenses de grunge de finales de los 90 como Blink 182 y similares. La chica del hurdy-gurdy era original, pero basaba toda su candidatura en lo insólito de su instrumento y ni siquiera llegaba a las notas altas del final del estribillo. Y lo peor fue Ikke Hüftgold. Cualquiera que encuentre su canción divertida porque está cantada por un señor sin talento que chilla sobre alcohol y drogas debería madurar y aprender a vivir en sociedad. Y si hubiera sido seleccionado, de todos modos, habría tenido que cambiar la letra de su canción para Eurovisión.

La canción que ganó tampoco era realmente mala, pero es bastante decepcionante que esté en inglés. Siempre he defendido la libertad de idioma porque en algunos países no se hace música en el idioma local (como en Alemania, de hecho), pero ese tipo de canción en inglés suena demasiado artificial.

Lo siento por ellos, pero todo lleva a pensar que volverán a quedar de los últimos, y entonces se quejarán de que Eurovisión es política y todo el rollo; pero la realidad es que ni siquiera se están esforzando.

miércoles, 1 de marzo de 2023

Primera clase de serbio

El lunes tuve mi primera clase de serbio, por videoconferencia a través de una app especializada en eso. No voy a hacerle publicidad, que no me van a hacer ningún descuento; si alguien quiere conocer cuál es, que me lo pregunte. Tardé mucho en decidirme a contratarla y en elegir un tutor, y al final me decidí el lunes pasado, que por la mañana tuve un flash de decir “no voy a dejarlo pasar más”. Y aun así tuve mis reservas, porque no me veía preparado, porque me preocupaba no entenderme con el profesor (literal y figuradamente), porque me daba vergüenza la imagen que daría.

Pues al final la clase fue un poco agridulce. Más o menos entendí casi todo lo que me dijo el profesor bastante bien, así que por ese lado estoy contento. Pero estoy muy disgustado con la dificultad que tenía para responder y para hablar, en general. Sé lo que quiero decir y sé cómo se dice, pero me faltan los reflejos para mantener una conversación. Siento como que tengo que rebuscar demasiado en mi mente para encontrar cómo se dicen las palabras que quiero decir. Y eso sumado a que mi primer reflejo es responder en alemán, estuve media clase respondiendo “ja” en lugar de “da”.

Pau me ha dicho que estoy siendo demasiado exigente. Que empecé a aprender serbio hace cinco meses y que ya es bastante lo mucho que entiendo e incluso escribo, y que conozco los siete casos y -más o menos- los uso, que ya es más de lo que se pediría en un primer curso de serbio en la EOI. No conozco nada de didáctica de lenguas eslavas y él ha estudiado ruso y polaco, así que tomaré su palabra por cierta. Es verdad que cuando estudié alemán no vi todos los casos en primero, sino solo el nominativo, el acusativo y el dativo; pero en alemán el genitivo se usa muy poco, y no me imagino acabar un año de una lengua como el serbio y no conocer alguno de los casos porque me parecen todos fundamentales para comunicarse.

Ahora lo que tengo que buscar es la manera de empezar a ejercitar el hablar y el responder, pero quiero practicar un poco antes de contratar otra clase, para no sentir que pierdo el tiempo.

sábado, 25 de febrero de 2023

La lluvia cae sobre la ciudad

Cuando era chico, me gustaba hojear (y ojear) los libros de texto de mis hermanas mayores, del instituto. No de todas las asignaturas, pero sí de algunas. Recuerdo uno de Historia de España y de los Países Hispánicos (se llamaba así) que me gustaba porque tenía mapas, aunque no me interesaba nada de los eventos que describían dichos mapas. También recuerdo uno de Lengua Castellana que me gustaba especialmente y del cual me leí bastantes textos, años antes de tener que estudiar su contenido en el instituto.

Pues recuerdo concretamente un artículo (que he buscado en internet pero no he encontrado), de una escritora, que decía que de joven se había aprendido las palabras de A hard day’s night de los Beatles como un papagayo, y que con el tiempo aprendió inglés y las palabras se ordenaron y adquirieron mágicamente un significado.

Eso me está ocurriendo a mí ahora, que estoy aprendiendo serbocroata. Desde chico he estado oyendo canciones de Eurovisión y aprendiendo las que más me gustaban. Y el momento en que empiezas a encajar y desencriptar frases da una sensación placentera poco comparable con ninguna otra.

Ese momento en el que aprendes que kiša es la lluvia, y que cuando llueve dicen pada kiša (cae la lluvia). Y entonces te viene a la mente la letra de Sveta ljubav (Croacia 1996), y la línea que dice idoxladnakishabadanagrá empieza a encajar como “i dok zlatna kiša pada na grad”, que se traduce por «y mientras la dorada lluvia cae sobre la ciudad»...

...tko zna gdje si ti sad?
(¿quién sabe dónde estás ahora?).

Aprender serbio(*) me está reportando multitud de microplaceres como ese. Ese es importante, el de comenzar a comprender canciones que me gustan; por otro lado, también ocurre que empiezan a gustarme otras que no me decían nada (como Moj svijet de Sergej Ćetković, Montenegro 2014).

Moj svijet čuvam za te, u moj svijet ja tražim da te vrate...

Otro de ellos es aprender las diferentes maneras que hay de referirse a una cosa, expresiones, frases hechas, modismos, como que para decir que tienen muchas cosas que hacer dicen que tienen las manos llenas (imam pune ruke).

Por otro lado, por ser una lengua eslava, es mucho más gratificante porque abre la puerta a conocer y entender (a un nivel basiquísimo) las demás lenguas eslavas, dado que tienen muchas similitudes entre sí, más que las romances o las germánicas. Lo poco que sé de serbio me ha ayudado a entender frases sueltas en canciones en macedonio o en búlgaro, y en algún caso más raro, también en checo, polaco o ruso.

La lengua también te acerca a la cultura, y eso puede ser bueno o puede ser malo, según lo bien o lo mal que encajes en la cultura a la que te estás acercando. De hecho, el hermetismo endogámico de los lituanos fue lo que me disuadió de seguir aprendiendo lituano (aparte de la falta de material y de recursos), por allá por 2010, aunque la lengua me sigue pareciendo preciosa (reconozco que esto en mí no tiene ningún valor, porque me gustan casi todos los idiomas, pero el lituano es uno de mis favoritos). En el caso de la lengua serbia (croata, bosnia y montenegrina), es un arma de doble filo. Me acerca a la cultura de cuatro países balcánicos, la cual encuentro muy interesante. Pero también a la parte menos agradable, y es que hablamos de cuatro países que hasta hace veinticinco años se han estado pegando tiros por unos motivos que, fuera de los Balcanes, cuesta mucho entender y explicar.

Esto se refleja en el idioma y en la actitud de los hablantes hacia él. Por ejemplo, en que en Bosnia el idioma oficial sea el bosnio y se reconozcan el croata y el serbio como idiomas minoritarios protegidos (¡¡son todos el mismo!!). O que en la preselección croata para Eurovisión digan que no entienden las canciones serbias... cuando la lengua estándar de los cuatro países está basada en el mismo dialecto (concretamente, uno del sur de Bosnia). O que en Montenegro hayan oficializado dos letras nuevas para diferenciar el montenegrino pero nadie las use.

En fin, volviendo al idioma, ya uno tiene una cierta edad y no se emociona como antes; más de una vez me he planteado para qué estoy aprendiendo un idioma nuevo si apenas lo usaré ni lo pondré en práctica. Pero estos pequeños avances aprendiéndolo me dan la vida. Y hay temporadas en las que se necesita esa pequeña ilusión ;)

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(*) Nota: muchas veces digo serbio en lugar de serbocroata por diversas razones: una, porque es más corto; dos, porque es una lengua policéntrica, con cuatro estándares, y el que aprendo es el de Serbia; y tres, porque parece que es una palabra más «amigable» que serbocroata, a juzgar por las reacciones de la gente: parece que serbocroata les suena a algo extravagante pero serbio les suena «más normal». No sé lo que les pasa por la cabeza. Pero en ningún momento pongo en duda la unidad del serbocroata.

lunes, 22 de agosto de 2022

Perdido y desesperado

Veo que no he escrito aquí en todo el año. Y si alguien sigue por aquí, me disculpo, aunque hace tiempo que este blog no pretende divertir ni divulgar sino servir de rincón de desahogo, y ya me va bien así.

El motivo para no escribir no es otro que la dejadez, pero no motivada por buenos acontecimientos. Ya todos sabéis que me contrataron en Granollers el año pasado y me mudé temporalmente a Lliçà de Vall, a la espera de aclarar cuál sería mi futuro laboral.

Estamos acabando el verano y, aunque ha habido novedades, mi vida en esencial no ha cambiado y lo que esperaba que fuera temporal, cuestión de un par de meses, se está alargando mucho más de lo que me gustaría. En el trabajo me han hecho indefinido, pero sin la subida salarial que prometieron ni perspectivas de cambiar de puesto a algo que encaje más con mi preparación. Con el sueldo que tengo tampoco puedo alquilar nada por mi cuenta, y vivir en un sitio compartido y con miles de reglas la verdad es que me está limitando mucho.

El resultado está siendo desastroso para mi salud mental, aunque hago lo posible para salir a flote, como ir al gimnasio (que es, básicamente, la única actividad que hago durante los días laborables, aparte de trabajar y hacer la compra). Los fines de semana, por suerte, los paso con Pau, al que tengo que agradecer que sigo vivo y cuerdo.

El pensamiento recurrente hace unos meses era que me equivoqué eligiendo venir, aceptar este trabajo y mudarme, dejando toda mi vida en Sevilla y alejándome de mi familia, para acabar en un pozo donde mi vida ha perdido casi todo el interés.

Hoy no pienso eso, he hecho un ejercicio de análisis nietzscheano y he asumido que no pude haber tomado otra decisión porque estar en Sevilla y sin trabajo me agobiaba. Era feliz yendo a clase y disfrutando de mi ciudad, pero por desgracia eso no iba a durar para siempre, y las oportunidades laborales en la zona no abundan. No está claro que me hubiera salido algo allí.

Una vez asumida la decisión y sus consecuencias, ahora lo que pienso es que de este pozo me va a costar salir (si es que salgo). Hasta que no me contraten en otro lugar, la cosa no va a mejorar, y a saber si eso ocurre y cuándo. He hecho alguna entrevista, pero cada día que pasa sin saber de ellas es un día más que pierdo la esperanza de que algún día la vida sea mejor.

Dicho esto, al menos espero que os hagáis una idea de por qué no escribo mucho más por aquí. Deseame suerte y a ver si la cosa mejora pronto, para poder volver a hacer posts menos serios y más divertidos. Besis. 

viernes, 31 de diciembre de 2021

En 2021...

¡¡Es la hora de mi esperadísimo resumen de 2021!!

  • La noticia principal, la más importante de 2021, es que conseguí acabar mi grado. Por fin soy Graduado en Ingeniería Química, después de una dura defensa del Trabajo Fin de Grado.
  • Empecé el Máster en Ingeniería Química, fui tres días a clase y anulé matrícula. No por nada, sino porque no iba a poder ir a clase.
  • Lo mismo con la Escuela Oficial de Idiomas, quise retomar el alemán y no pude.
  • Estas dos cosas se dieron porque me contrataron en una empresa de Granollers. No como ingeniero sino como operario, pero por algo hay que empezar.
  • A raíz de esto, obviamente, tuve que mudarme a vivir a Catalunya, aunque a día de hoy sigo sin haber encontrado un piso decente en Granollers y vivo en una urbanización de mala muerte donde no hay ni una sola tienda.
  • Tuve que despedirme de mis amigos sevillanos, a los que no sé cuándo volveré a ver y que echo mucho de menos.
  • En este año no hubo quedada de les cirques, pero vino Aitor a visitarme en julio. Además, Fede me visitó en agosto y Luis en octubre.
  • En cuanto a viajes que hice yo, hice excursiones con Aitor (a Cádiz, Gibraltar, Ronda y Carmona) y Fede (a Huelva y Faro). También visité a Nando en Huelva.
  • También fui a Folsom Europe, que se volvió a celebrar. Allí conocí a Luis, con quien pasé tres días geniales, y estuve con Dani y los otros lederones. A la vuelta desvirtualicé a Pau.
  • En lo laboral, empecé el año con el despido pactado de Atis, así que pasé a estar en el paro, en el que he permanecido hasta octubre.
  • Y como he dicho, me han contratado de operario en una empresa de Granollers, pero con un contrato temporal. Así que ya son dos tres motivos para encontrar un trabajo diferente y mejor.
  • En lo sentimental he pasado un año bastante movido. Después de un desengaño fuerte en primavera, del cual me costó mucho recuperarme, pasé un verano más o menos bueno en el que pasaba de este tema, y en el otoño empecé a salir con Pau, que me ha acompañado estos dos últimos meses y al que espero conocer mucho mejor. :)
  • Estando como estamos, una de las noticias principales es que he esquivado la covid durante 12 meses, así que bien por mí.
  • Si seguimos con la salud, ha sido el año en el que me operé de las vías lagrimales, porque el ojo derecho no paraba de llorarme, así que en abril me hicieron una dacriocistorrinostomía en el ojo derecho. A día de hoy me vuelve a llorar, pero no tanto como antes de operarme.
  • Empecé un régimen bastante duro de dieta y entrenamiento y conseguí verme bastante bien, pero estos dos últimos meses lo he echado a perder y vuelvo a estar gordo y flojo. Espero solucionar esto en cuanto tenga un alojamiento mejor aquí en Catalunya.

lunes, 25 de octubre de 2021

Te echaré de menos, Sevilla

Trece años (y tres meses). Se dice pronto, pero trece años de treinta y siete son más de una tercera parte. Trece años son los que he pasado en Sevilla. Prácticamente toda mi vida adulta.

Llegué a esta ciudad un 19 de julio de 2008, un sábado. Me mudé ese día, era la primera vez que iba tan lejos con mi coche, un Kia Picanto de segunda mano; solo tenía cinco meses de carnet y me preocupaba hacer un camino tan largo. Dicho camino acabó cuando vi aparecer, desde la carretera, mi puente favorito, que me avisaba de que ya estaba aquí; de que, como a una Violet Sanford de la vida, la gran ciudad me esperaba.

Tenía la tierna edad de 23 años, venía a Sevilla para mi primer contrato laboral y, la verdad, los primeros meses se me hicieron duros. No conocía a nadie, salvo a mi pareja, Fernando. No encajaba bien en el trabajo, donde me pasaba todo el día. Así que pasaba la semana deseando que llegara el fin de semana para, o bien estar con mi pareja, o bien volver a Cádiz con mi familia.

El tiempo fue pasando, y lo que al principio me resultaba un lugar hostil, acabó por convertirse en mi casa. Hasta el punto de que fue el lugar donde retomé mis estudios y los acabé; donde encontré amigos de los buenos, de los que son para siempre.

No se me olvida la primera vez que me describieron como sevillano. Fue en 2011, estaba trabajando en Toulouse y habíamos salido unos cuantos de excursión, a Rocamadour. Nos cruzamos con unos españoles que preguntaron de dónde éramos, y mi compañera Sonia dijo, «somos de Sevilla». Que lo haría por generalizar y porque en una respuesta genérica no pega decir «pues trabajamos en Sevilla pero hay gente de Cádiz, de Córdoba, de Málaga...» no, no pega. Pero la cuestión es que me sentí englobado en los sevillanos y mira, me gustó. Y empecé a asumir que ya era un poco sevillano.

Han pasado diez años y ahora yo mismo me considero parte de esta ciudad, y no puedo negar que esta ciudad forma parte de mí, ha moldeado bastante mi forma de ser, mi personalidad, mis experiencias (incluso mi acento). Y aunque juego a menudo la carta de «yo puedo decir que esta ciudad es preciosa, porque no soy de aquí», realmente estoy mintiendo un poquito, porque sí que lo soy.

A la izquierda, junio de 2008, justo antes de mudarme.
A la derecha, octubre de 2021, mi último mes en la ciudad.


 

Pero, sin esperarlo, esta etapa ha llegado a su final. Cuando más enraizado me sentía, cuando estaba ya empezando el máster e incluso planteándome comprar alguna casa en la ciudad o alrededores en cuanto tuviera trabajo, el mundo laboral me envía fuera, en este caso a Catalunya. Y a pesar del cariño que le tengo a esta ciudad y a todos los amigos que tengo aquí, incluso al hecho de tener a mi familia a una hora de coche, no tengo más motivos para quedarme cuando el trabajo me hace irme.

Se me está haciendo duro, muy duro, recoger todo lo que tengo aquí y pensar que me voy a ir, sobre todo porque no sé si volveré. De visita, claro que sí, siempre puedo, pero no sé si volveré a vivir aquí. Y eso me duele un poquito.

Pero por mucho que duela, hay que aceptar la vida y hay que intentar pensar en positivo. Espero que Catalunya me trate bien.