Mostrando entradas con la etiqueta familia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta familia. Mostrar todas las entradas

domingo, 20 de julio de 2025

Recuerdos y remordimientos

Ayer volvimos de las vacaciones. Siete días que hemos pasado visitando a mi familia en Cádiz.

Esto en sí no es nada tan reseñable, si tenemos en cuenta que vamos entre dos y tres veces al año a pasar unos días allí.

Sin embargo, esta vez me ha golpeado de una manera diferente. Estas vacaciones han sido diferentes. Tengo la impresión de que he sentido más la vida que no estoy viviendo.

Por un lado, el hecho de haber tenido que volar a Sevilla y no a Jerez me ha hecho visitar la ciudad el día que llegaba y el que me iba. Y hablo poco del tema, pero Sevilla sigue siendo la ciudad en la que más soy yo, en la que más he sido yo, y a la que me encantaría volver. Soy gaditano porque nací y me crié allí, pero soy sevillano porque pasé allí trece años y porque me hice un adulto en Sevilla.

Y porque demasiado a menudo pienso que jamás debí irme de allí, que debí seguir buscando trabajo allí.

Por el otro lado, el tiempo que hemos estado en Cádiz hemos hecho más cosas de las que hacía cuando vivía allí. He visitado la escuela de idiomas, aunque solo fuera para reclamar un título (que al final no me han entregado, ha sido una historia para no dormir que ya os contaré). Hemos ido a la playa de Camposoto, que es mi favorita y a la que el año pasado no fuimos porque no estaba en buenas condiciones. Hemos ido a la Feria de la Isla, después de tantos años sin haberla visitado; sin ser yo un feriante acérrimo, me gusta ir, dar una vuelta, comer allí...

Y sobre todo he pasado tiempo con mi familia: con mis hermanas y con mi sobrina y sobrino.

Uno de mis grandes traumas es el tempus fugit. Es darme cuenta de que el tiempo se va y no vuelve, de que nunca seremos más jóvenes de lo que somos ahora.

Y a mí me está pesando mucho no haber pasado más tiempo con mis sobrinos cuando vivía en Sevilla, y no poder hacerlo ahora que vivo en Barcelona. Por eso tengo que aprovechar el tiempo cuando estoy con mi familia.

También me está haciendo pensar mucho en qué estoy haciendo con mi vida, por qué estoy en Barcelona, por qué tomé las decisiones que me llevaron a estar aquí y si no hubiera sido mejor tomar otras.

Por todo esto, el día de hoy está siendo duro, muy duro. Supongo que ya pasará.

martes, 20 de mayo de 2025

Frambuesas de Fin de Año

De vez en cuando, en casa compramos frambuesas. Esta semana las hemos visto en el Lidl y las hemos comprado, tenían muy buena pinta.

Para mí las frambuesas son una fruta de Fin de Año, porque en mi familia hay una historia que hace que las identifique así.

El 30 de diciembre de 2011, mi madre, por motivos, fue ingresada en el hospital. Todos los años pasábamos el Fin de Año con ella en su casa, y comíamos las uvas, pero ese año no iba a ser así.

La cuestión es que el repentino ingreso de mi madre en el hospital nos cambió los planes, y nos encontramos la noche del 31 de diciembre en casa de mi hermana (que vivía cerca del hospital). No habíamos hecho cena de Fin de Año, habíamos comprado unos bocadillos en un desavío junto al hospital. Y por supuesto, no teníamos uvas. Lo más parecido que mi hermana tenía para ofrecernos eran unas frambuesas que había comprado unos días antes para hacer una tarta con ellas.

Así que ahí nos tienes, a tres de mis hermanas y a mí delante de la tele y con un platito con doce frambuesas cada uno, preparados para comerlas con las campanadas.

Empezaron las campanadas y mis hermanas comieron una sola frambuesa, porque les resultaron demasiado ácidas y no pudieron seguir. Yo me comí las doce porque el sabor ácido de la fruta, por lo general, me gusta. Así que entré en el año 2012 con 12 frambuesas.

Mi madre se murió definitivamente a la hora de almorzar del día siguiente, el 1 de enero.

Por eso, para mí las frambuesas son una fruta de Fin de Año. Cuando las como no recuerdo la muerte de mi madre como una tragedia; al revés, me hace recordar lo que nos reímos mis hermanas y yo durante las campanadas, en ese Fin de Año improvisado por las circunstancias que nos había tocado vivir.

No serán mi fruta favorita, pero me encantan las frambuesas.


 

martes, 20 de octubre de 2020

El amor propio mal entendido

Hablaba con un amigo por Twitter y me ha venido una reflexión a la cabeza, sobre la manera hegemónica que tenemos para considerar las relaciones interpersonales, que me parece sumamente tóxica. Esa manera tan fea que tenemos de entender el «amor propio» o la «dignidad» y que tiene más de orgullo que de dignidad, y que a fin de cuentas no tiene nada que ver con el amor, ni propio ni ajeno.

A raíz de mi reciente experiencia en el terreno amoroso (de cortejo y rechazo, o de jugar y perder, según se prefiera el símil) he tenido oportunidad de hablar varias veces con mi amigo Aarón y su novio Javi acerca del tema. Y la manera de enfocarlo de Javi suele estar muy orientada a esta línea que comento; no lo culpo a él, sino a la hegemonía de esa manera de pensar. Me refiero a comentarios del tipo «no le propongas nada porque suena desesperado», o «no le digas algo bonito porque es arrastrarse».

Creo que ver las relaciones interpersonales de esta manera, sobre todo la seducción y el cortejo, es tóxico (aunque esta cuestión de orgullos también se da en otras relaciones como la amistad, la familia o la pareja). Esta manera de pensar enfoca las relaciones como una lucha de egos donde lo importante es quedar por encima.

En la gran mayoría de los casos no sabes lo que puede estar pasando alguien, las circunstancias que lo envuelven, para no querer quedar contigo, no llamarte (o no coger tus llamadas), en definitiva, para «pasar de ti». A lo mejor no es que no le intereses o que no te quiera, sino que en ese momento tiene la cabeza en otra parte.

Así que si meses después te busca para preguntarte qué tal estás o para hablar o quedar contigo, responderle con evasivas (o rechazarlo directamente) o tomar la actitud de «pues ahora no quiero yo» es, cuanto menos, infantil, y además no aporta nada, ni a esa persona ni a ti. Por lo pronto, es desagradable, y puede que os haga daño a los dos.

Que esa persona no haya podido o querido quedar contigo en el pasado, en la mayoría de los casos, ni es un desprecio ni una afrenta personal y puede deberse a mil causas que no conoces o que no son asunto tuyo para conocer o para juzgar. Por eso, cuando esa persona acude a ti (por motivos no materiales, se entiende), y te pregunta cómo estás, o se interesa por tu vida o quiere verte, puedes comportarte como una diva despechada y rechazarla, o ser una persona adulta y constructiva y aceptar que no siempre estamos en el momento adecuado y que nuestras circunstancias cambian.

A lo mejor esa persona con quien querías quedar y que «pasaba de ti» estaba gravemente deprimida por cuestiones personales o emocionales, o tenía problemas con el trabajo, con el dinero, con la familia. Cada uno sabe por lo que está pasando (el que la lleva, la entiende) y tampoco somos nadie para recriminarle a alguien haberse aislado en un mal momento. No es asunto nuestro decirle a alguien cómo tiene que enfrentarse a sus problemas, ni mucho menos enfadarnos porque no los hayan afrontado como nosotros creemos que debieron hacerlo.

A lo mejor, esa persona ahora ha acudido a ti porque ha superado esos problemas, o sabe cómo vivir con ellos, o antes no tenía tiempo para ti y ahora sí, o simplemente ha querido cambiar su manera de enfocar la vida y las relaciones.

Claro está que todo esto lo digo desde el respeto a uno mismo. Una persona que te hace daño repetidamente y no demuestra el más mínimo respeto por ti, está bien que la dejes fuera de tu vida. Pero no todos los rechazos son desprecios ni faltas de respeto, e incluso los que sí lo son, pueden haber sido motivados por las circunstancias o simples errores.

Errores cometemos todos y a todos nos gusta que nos los perdonen.

«Pero Dani, ¿cómo dices eso ahora si eres una persona tan rencorosa?»

Porque no soy rencoroso por elección. Yo no elijo acordarme de las cosas que me pasan o me hacen. Pero sí elijo no comportarme como un niño acerca de ellas. Y elijo no ser una persona orgullosa y despechada.

Tampoco es mi intención decirle a nadie cómo tiene que vivir su vida ni sus relaciones personales. Pero creo que si enfocáramos las situaciones con un poco más de constructividad viviríamos mejor.

Demasiadas cosas me he perdido por entender mal el amor propio. Pero muchas más he evitado perderme por ser más comprensivo que orgulloso.

domingo, 7 de octubre de 2018

Cuando ya no hay nada que hacer

Los que seguís mi blog desde hace tiempo y los que me conocéis a fondo sabéis algunas cosas de mi vida de las que no hablo a menudo. Una de ellas es la relación que tenía con mi padre.

Os resumo, mis padres se separaron cuando yo tenía 8 años y estuve viéndolo dos horas a la semana unos cuatro años más; después perdí el contacto.

La cuestión es que, por un motivo u otro, he crecido sin padre, no he tenido un referente masculino. Y sin embargo, de él saco un montón de cosas, empezando por el parecido físico. Por la calle he llegado a oír «este es el hijo de Antonio» por parte de desconocidos, que obviamente conocían a mi padre pero yo de ellos no sabía nada. 

El pasado jueves por la tarde, el día después de mi cumpleaños, mis hermanas y yo nos enteramos de que mi padre había muerto.

Al principio no reaccioné porque total, llevaba 21 años sin saber de él, sin tener ningún tipo de contacto con él, así que mi vida no iba a cambiar por esto. Al menos en la cotidianeidad. O eso pensaba yo.

El palo vino al día siguiente, cuando empecé a pensar en todo lo que significaba esto.

Porque una cosa es no hablar con tu padre y otra saber que nunca lo podrás volver a hacer.

Porque he crecido sin saber explicar muchas de las cosas sobre mí, y sin darme cuenta de que tenía esa oportunidad para descubrirme y para descubrir a una persona a quien realmente no llegué a conocer, puesto que dejé de saber de él cuando tenía 12 años.

Porque todo lo que sabía sobre mi padre era lo que contaban mis hermanas (con mi madre, en general, no podía hablar mucho de él). Y, en palabras de mi hermana mayor, «lo que más te gusta de ti mismo, lo heredaste de tu padre». El sindicalismo, la cultura del trabajo, el intentar hacer las cosas bien hechas. Y en gran medida, el sentido del humor.

Pero no me acerqué a él en estos 21 años. Primero, por no disgustar a mi madre. Pero una vez que no estuvo, me faltó a mí el valor de llamar y preguntar. Llamémoslo miedo a ser rechazado.

Es cierto que se cometieron muchos errores por ambas partes. Pero yo solo puedo culparme de los míos. Es cierto que pude hacer y no hice. Pude enmendar y no enmendé. Y eso me lo tendré que llevar.

Porque si una cosa he aprendido en la vida es que la culpa no lo es todo, que el daño no siempre se hace con intención, y que los problemas siempre tienen dos puntos de vista y no siempre vemos los dos.

Pero eso ya no importa, porque ya no tiene solución.

Solo queda aprender que cuando quieres algo, no puedes esperar a que lo hagan los demás. Y cuando necesitas algo, no puedes patalear que los demás no lo hicieron, si tú no moviste un dedo. Y el orgullo nunca va a hacerte feliz.

Si quieres algo, búscalo. Si necesitas algo de alguien, díselo. Mañana puede que ya no esté.

lunes, 21 de noviembre de 2016

Reflexión personal sobre Un monstruo viene a verme

El pasado fin de semana vi la película Un monstruo viene a verme. Ya la había visto, pero un amigo la quería ver así que lo acompañé al cine.

He de decir que esta segunda vez lloré más que la primera, no puedo adivinar por qué, aun sabiendo lo que iba a pasar.

No voy a decir que sea un peliculón, porque hay partes que me parecen mejorables, pero el final es muy bueno, y a mí personalmente se me hace algo doloroso.

No leas a partir de aquí si no has visto la película, porque te la voy a destripar.

Y parecerá estúpido que me afecte personalmente, pero hay cuestiones personales que, aun habiéndolas superado hasta el punto de que no me afecten en mi vida cotidiana, nunca pueden terminar de cerrarse.

Hablo de Conor y la muerte de su madre. Salvando las distancias por la edad, yo viví una situación parecida hace casi cinco años. Aunque por suerte tengo cuatro hermanas que me quieren mucho, siempre estuve muy unido a mi madre. Vivía a 130 km, pero la llamaba cada día, la visitaba varias veces al mes, consultaba con ella todas mis dudas. Era una parte fundamental de mi vida, aun siendo yo un adulto independiente.

Murió un día de año nuevo, tras meses con un estado de salud que no paraba de empeorar. Tenía yo 27 años (ahora tengo 32).

Por eso esta película me hace revivir todas las sensaciones dolorosas que tuve en aquella época. Por un lado la angustia de ver cómo se encontraba cada día peor, sobre todo los dos últimos días, y el deseo egoísta de querer que todo ese sufrimiento se acabara ya. Por otro, el dolor porque se iba, y porque no quería que se fuera, porque uno nunca está preparado para que se vaya alguien tan importante. Y, por último, el miedo. El miedo a afrontar la vida solo. Y esos meses posteriores de sentirme en la más absoluta desorientación, de no saber qué hacía ni adónde iba, de no pensar lo que haría la semana siguiente porque no me encontraba preparado para vivirla.

Esto pasó hace casi cinco años. Me acuerdo cada día de ella y sueño con ella a menudo. Miento si digo que no me duele que ya no esté. Pero no me paraliza. Y quizá películas como esta me ayudan a valorar lo que tuve, y a no dejar que el dolor me haga olvidar lo que merece ser recordado.

sábado, 6 de septiembre de 2014

Libros y sus índices

Crecí en una casa en la que, si algo no faltaba, eran libros. Había toda clase de obras literarias y de referencia. Mi madre leía mucho (mi padre supongo que también, pero no tengo recuerdos de eso) y mis hermanas también lo hacían.

De chico mis libros favoritos eran los de referencia, me pasaba el día mirando atlas y leyendo enciclopedias. Recuerdo que los teníamos de muchos tipos; en concreto recuerdo que todos los atlas llevaban las fronteras anteriores a 1990 salvo dos, e incluso en estos dos seguía sin aparecer Checoslovaquia dividida o Eritrea independiente.

El más antiguo que teníamos había sido impreso a principios de los 70 (¿1974 puede ser?) y me resultaba muy exótico, por cuanto muchos de los países tenían nombres diferentes. Yibuti no era Yibuti, era el Territorio francés de Afars e Issas. Egipto aparecía con el nombre de República Árabe Unida, que sólo de mayor me enteré de que había sido un proyecto fallido de federación entre Egipto y Siria.

(Por cierto, que la Guerra Fría me parece un periodo histórico apasionante. Recuerdo haber visto en la tele la caída del Muro de Berlín y los acontecimientos que acabaron por desmembrar la URSS y, por supuesto, no era consciente de la importancia que tenía. Hoy cuando leo sobre eso no puedo más que imaginarme lo inquietante que debía resultar.)

Divago, pero con esto me quiero referir a que crecí en una familia donde se daba mucha importancia a la cultura, en este caso, reflejada en la letra. Y es que las ocasiones en las que abría un libro con alguien de mi familia, ya fuera una enciclopedia, un atlas o cualquier otro, eran bastante frecuentes.

Siempre pienso que debido a eso soy muy curioso y me gusta saber más, leer más, informarme de todo lo que me interesa, buscar la respuesta a cada duda que me surge. Aún hoy algo que me caracteriza es que cuando me interesa un tema me paso días leyendo todo lo que puedo para enterarme de todo.

Y no olvidaré una vez que cogí un libro para buscar algo (no puedo recordar el qué), pero al abrirlo y mirar las primeras páginas, no encontraba el índice. No tenía.

Cuando expresé mi malestar porque no podía encontrar lo que buscaba, mi madre me respondió. «Busca el índice al final». Gracias a ella, descubrí que los libros más antiguos solían llevar el índice en la última página y no en las primeras.

Por eso recuerdo ese día cada vez que abro un libro y su índice está al final. Recuerdo ese día, recuerdo a mi madre, y agradezco la educación que recibí en casa.

miércoles, 4 de enero de 2012

Año nuevo

Te fuiste en año nuevo.

Dos días resistiendo, pero al final te fuiste. Fuerte en el último momento, como siempre supiste ser, aun cuando hubieras tirado la toalla.

Reflexiones insistentes sobre si pude haber hecho algo para evitarlo, que siempre acaban en que no, porque no dependía de mí. Ya no podías más. No soportabas depender de otros, y no soportabas que se te hubiera agriado el carácter por eso.

Y aunque sea utópico, me encantaría que hubieras confiado en mí, que me hubieras explicado cómo te sentías. A lo mejor así podría haberme despedido en condiciones. Podría haberte dado las gracias por haberme enseñado lo que sé, por haber hecho que me convirtiera en el hombre que soy, por haberme apoyado en lo que he emprendido, por haberme dado todo lo que tenías. Y las gracias por haberme dado cuatro hermanas a las que quiero, que me quieren y con las que siempre puedo contar, porque nos enseñaste a querernos y a estar siempre unidos.

También podría haberte pedido perdón por todo aquello en que te pude hacer daño. Por esos años de adolescencia en los que no nos entendíamos y que se te quedaron clavados, como alguna vez me dejaste ver. Por no haber podido recompensarte por todo lo que hiciste por mí.

Ya es tarde, te has ido y siempre estaré en deuda.

Pero nadie me quita el recuerdo de estos veintisiete años. El recuerdo de quien me gritaba para que desayunara los fines de semana. De quien fue hasta Sevilla a recogerme en tren la primera vez que volví de Barcelona. De quien volvía del trabajo con un jersey para mí porque lo había visto en un escaparate y le había gustado.

Estábamos lejos, pero sabía que estabas al otro lado del teléfono, y te oía cada vez que necesitaba algún consejo. Y a pesar de la distancia, la ilusión de verte en casa hacía que valiera la pena coger el coche cada viernes. 

Sé que ahora estás mejor, así que, por derrumbado que esté ahora mismo, me tranquiliza que puedas descansar. Recordaré las frases de ánimo que me decías cuando me encontraba triste, y así me ayudarás a salir adelante, a afrontar el miedo que me da seguir viviendo sin ti.

Te quiero mucho, Ma, y siempre te voy a querer. Un beso.

viernes, 12 de junio de 2009

De ninguna parte

Estoy en "mi casa" en Cádiz y una conversación un tanto... crispante me ha hecho pensar en este tema.

Aquel que emigra pasa por determinadas etapas. Al principio simplemente eres distinto y sólo piensas en lo poco que encajas. Sin embargo, es lógico, porque estás acabado de llegar.

Pero luego eso se transforma en un sentimiento de deslocalización que es muy característico, que sólo conoce el emigrado. Un sentimiento de no ser de ninguna parte, de no sentirse en casa en ningún lugar. De que siempre falte algo.

Al cabo del tiempo, ves que el lugar de donde vienes ya no es el mismo que conocías, puesto que ha evolucionado, ha cambiado. Sin ti, por supuesto. Y ahí te das cuenta de algo muy obvio, pero que no es agradable de pensar, que no hacías falta, y que tu casa ya no es tu casa.

En el lugar adonde has llegado no conoces nada, eres el extranjero y el desinformado. Al principio es raro, pero una vez que te has convertido en extranjero también en el lugar que considerabas tu tierra, acabas acostumbrándote y resignándote. Enhorabuena, te has convertido en el eterno extranjero.

Yo soy uno más de esos eternos extranjeros, que no son de ninguna parte. Fui gaditano y siempre lo seré por dentro, pero San Fernando ya no es mi casa.

Y ante esta situación, para sobrevivir hay que adaptarse. Así que si hay que ser sevillano, pues ningún problema, manos a la obra.

jueves, 14 de junio de 2007

Académica familiar

Ayer mi querida amiga Almudena me dijo que a ver cuándo actualizaba el blog. Y tiene razón. Para ello os haré partícipes de una conversación muy reveladora con mi madre y mi hermana, ayer por la tarde.

Hablábamos de los programas de posgrado.

Madre: "¿Y a ti qué posgrado te gustaría hacer?"
Yo: "Pues me gustaría ingeniería nuclear, aunque no lo tengo muy claro porque si no voy a terminar en una central nuclear no me interesa."
Hermana: "Qué miedo."
Madre: "Pero centrales nucleares no hay en Andalucía ¿no?"
Yo: "No, por eso. Si no lo hiciera, me podría interesar alguno sobre Ingeniería del Petróleo."
Madre: "Anda niño, sólo quieres coger cosas peligrosas."
Yo: "Ma, ¿lo que he estudiado hasta ahora no es peligroso? ¿A qué me voy a dedicar, qué he estudiado?"
Madre: "Has estudiado.... mmm........ la lejía, ¿no? Jejeje" (Risas)
Yo: "¿De verdad no sabes lo que he estudiado?"
Madre: "Bueno, me dijiste que era como fontanero" (aludiendo a un comentario que le hice antes de entrar en la carrera)
Yo: "¿Y en estos siete años crees que he estudiado fontanería?"

Tras ello he llegado a la conclusión de que NADIE DE MI FAMILIA SABE QUÉ HE ESTUDIADO. Bueno, saben el nombre, "Ingeniería Química", que queda muy bonito para decírselo a mis tíos y a las vecinas. Pero nadie sabe en qué consiste.

Este post me recuerda a uno del antiguo blog de mi amiga Ro, donde hablaba de la "Bibliomanía". Me hice fan del post, lástima que se perdiera.

Sé que me acompañaréis en el sentimiento, todos aquellos que no estudiéis cosas típicas como médico, dentista o maestro.

Besos.