martes, 20 de octubre de 2020

El amor propio mal entendido

Hablaba con un amigo por Twitter y me ha venido una reflexión a la cabeza, sobre la manera hegemónica que tenemos para considerar las relaciones interpersonales, que me parece sumamente tóxica. Esa manera tan fea que tenemos de entender el «amor propio» o la «dignidad» y que tiene más de orgullo que de dignidad, y que a fin de cuentas no tiene nada que ver con el amor, ni propio ni ajeno.

A raíz de mi reciente experiencia en el terreno amoroso (de cortejo y rechazo, o de jugar y perder, según se prefiera el símil) he tenido oportunidad de hablar varias veces con mi amigo Aarón y su novio Javi acerca del tema. Y la manera de enfocarlo de Javi suele estar muy orientada a esta línea que comento; no lo culpo a él, sino a la hegemonía de esa manera de pensar. Me refiero a comentarios del tipo «no le propongas nada porque suena desesperado», o «no le digas algo bonito porque es arrastrarse».

Creo que ver las relaciones interpersonales de esta manera, sobre todo la seducción y el cortejo, es tóxico (aunque esta cuestión de orgullos también se da en otras relaciones como la amistad, la familia o la pareja). Esta manera de pensar enfoca las relaciones como una lucha de egos donde lo importante es quedar por encima.

En la gran mayoría de los casos no sabes lo que puede estar pasando alguien, las circunstancias que lo envuelven, para no querer quedar contigo, no llamarte (o no coger tus llamadas), en definitiva, para «pasar de ti». A lo mejor no es que no le intereses o que no te quiera, sino que en ese momento tiene la cabeza en otra parte.

Así que si meses después te busca para preguntarte qué tal estás o para hablar o quedar contigo, responderle con evasivas (o rechazarlo directamente) o tomar la actitud de «pues ahora no quiero yo» es, cuanto menos, infantil, y además no aporta nada, ni a esa persona ni a ti. Por lo pronto, es desagradable, y puede que os haga daño a los dos.

Que esa persona no haya podido o querido quedar contigo en el pasado, en la mayoría de los casos, ni es un desprecio ni una afrenta personal y puede deberse a mil causas que no conoces o que no son asunto tuyo para conocer o para juzgar. Por eso, cuando esa persona acude a ti (por motivos no materiales, se entiende), y te pregunta cómo estás, o se interesa por tu vida o quiere verte, puedes comportarte como una diva despechada y rechazarla, o ser una persona adulta y constructiva y aceptar que no siempre estamos en el momento adecuado y que nuestras circunstancias cambian.

A lo mejor esa persona con quien querías quedar y que «pasaba de ti» estaba gravemente deprimida por cuestiones personales o emocionales, o tenía problemas con el trabajo, con el dinero, con la familia. Cada uno sabe por lo que está pasando (el que la lleva, la entiende) y tampoco somos nadie para recriminarle a alguien haberse aislado en un mal momento. No es asunto nuestro decirle a alguien cómo tiene que enfrentarse a sus problemas, ni mucho menos enfadarnos porque no los hayan afrontado como nosotros creemos que debieron hacerlo.

A lo mejor, esa persona ahora ha acudido a ti porque ha superado esos problemas, o sabe cómo vivir con ellos, o antes no tenía tiempo para ti y ahora sí, o simplemente ha querido cambiar su manera de enfocar la vida y las relaciones.

Claro está que todo esto lo digo desde el respeto a uno mismo. Una persona que te hace daño repetidamente y no demuestra el más mínimo respeto por ti, está bien que la dejes fuera de tu vida. Pero no todos los rechazos son desprecios ni faltas de respeto, e incluso los que sí lo son, pueden haber sido motivados por las circunstancias o simples errores.

Errores cometemos todos y a todos nos gusta que nos los perdonen.

«Pero Dani, ¿cómo dices eso ahora si eres una persona tan rencorosa?»

Porque no soy rencoroso por elección. Yo no elijo acordarme de las cosas que me pasan o me hacen. Pero sí elijo no comportarme como un niño acerca de ellas. Y elijo no ser una persona orgullosa y despechada.

Tampoco es mi intención decirle a nadie cómo tiene que vivir su vida ni sus relaciones personales. Pero creo que si enfocáramos las situaciones con un poco más de constructividad viviríamos mejor.

Demasiadas cosas me he perdido por entender mal el amor propio. Pero muchas más he evitado perderme por ser más comprensivo que orgulloso.

sábado, 17 de octubre de 2020

Está bien pero no mucho

Me vais a dejar que sea un dramático aquí, que apenas entra nadie a leer, y hasta me alegro porque así me siento un poquito más libre para soltar mi drama. Hasta en la candado de Twitter me lee más gente.

Hablando con dos amigos el otro día llegaba a la conclusión de que, bueno, una parte de conocerse a sí mismo es ser consciente de las fortalezas y debilidades. Un análisis DAFO (o SWOT), como dicen ahora en los círculos modernos empresariales, de esos estudios modernos que se hacen para poder competir en el mercado y tener mucho éxito.

Y llega el momento en que el resultado de ese análisis es que no tienes fortalezas. Debilidades hay, y un puñado, pero fortalezas no. Porque lo haces todo de manera aceptable, pero no destacas en nada. Eres un 6 en casi todo, pero un 10 en nada.

Como me enseñó Miquel, mi amigo de Terrassa, «puedo hablar cinco minutos sobre cualquier tema pero diez sobre ninguno», y en ese momento pensaba que era algo bueno.

(Claro que en su caso era mentira, porque él es experto en su campo, la musicología). En fin, no me desvío del tema.

Eres agradable, pero sin pasarte, porque al cabo de cierto tiempo sueltas alguna bordería o subes el tono. Eres resultón, pero no guapo. De cuerpo estás demasiado gordo para los que buscan atléticos, y demasiado delgado para los que buscan osos. Eres cariñoso, pero a los quince minutos estás pidiendo aire. Eres inteligente, pero a un nivel normal. Chapurreas un par de idiomas, pero no hablas bien ninguno. Sabes hacerte de comer, pero no sabes cocinar.

Te doy tres estrellas, muy merecidas
 

Sobrevives, pero no vives.

Bueno, ágil no eres. Eres torpe de cojones. Un borracho de 60 años tiene mejor coordinación psicomotriz que tú.

Ah, oye, y ahora además estás en paro, así que tampoco puedes aportar estabilidad.

Así que no, no eres buen candidato. Encima te vas a quejar.

Solo es cuestión de aceptar que eres así y hay poco más que hacer. Así que o dejas de fijarte en gente a la que no tienes nada que aportarle, o te quedas solo y bien contento, que peor sería estar con alguien tóxico.

Sí Dani, que eres un dramático, que para un tío que no ha querido quedar contigo ya estás montando un pollo. Pues oye, sí. Y como he dicho otras veces, que soy plenamente consciente de que no se me acaba el mundo y que de todo se sale. Pero oye, un poquito sí que duele. Y llevaba dos años sin que me gustara nadie.

Ahora lo que toca es pasar del género humano y centrarme en el técnico, para seguir sacando seises también ahí.

sábado, 3 de octubre de 2020

Treinta y seis

 (En honor a la verdad, he de decir que esta entrada la he escrito dos semanas después de mi cumpleaños.)

El año pasado, en la entrada que escribí para mi cumpleaños, se puede leer lo siguiente, como conclusión:

Así que de los 35 espero que me permitan estar bien. Con eso me basta.

Yo no sé qué clase de humor tiene el universo pero si rememoramos el año, en Hamburgo las cosas fueron a peor, he vivido un confinamiento y una pandemia y me han hecho un ERTE. Aparte, mi vida sexual y emocional está más muerta que nunca.

¿Los 35 me han traído cosas buenas? Pues tengo que pensarlas mucho, pero bueno, alguna sí que hubo. Los viajes a Portugal con Aarón y Javi, los días de playa con Nando y Juan. Las visitas a la familia, los reencuentros con gente como Pedro.

A los 36 no les pido nada, visto lo del año pasado.