Podría definir mi relación con el alemán como de amor-odio, pero sin ser ninguna de las dos cosas. Después de tantos años y de tantas experiencias con ella, ahora mismo es una lengua que me resulta de la familia, como de casa. He pasado más de la mitad de mi vida en contacto con ella, empecé a estudiarla con 15 años y ahora tengo 40. No la he estudiado continuamente, pero leo cosas en alemán de vez en cuando, cuando se me cruzan en redes sociales y eso. He llegado a un punto en el que entiendo el 90% de lo que oigo y leo. Por otro lado, no soy capaz de hablarla fluidamente, y me gustaría recuperar mis habilidades en ella, pero no estoy tan motivado como para esforzarme. Ya no es mi lengua favorita como lo fue en mi adolescencia.
La cuestión es que, al menos en mi experiencia, la enseñanza del alemán está extremadamente centrada en Alemania. Esto podréis pensar que es lógico, y siempre está el argumento numérico: el 80% de los hablantes del alemán están en Alemania. Lo que no es tan lógico es que del resto de variedades no se enseñe nada. A mí incluso un profesor llegó a corregirme un uso que está muy extendido en el sur de Alemania y es incluso oficial en el estándar austriaco, solo porque no es oficial en Alemania. Así están las cosas.
(Para los más interesados, se trata del uso de sein como auxiliar para formar el perfecto de los verbos stehen, liegen y sitzen. Que diréis, ¿y por qué lo dices así y no con haben, como les gusta a los profesores alemanocéntricos? Pues primero, porque me resulta más lógico, y segundo, porque así lo interioricé cuando estuve haciendo Erasmus en el sur de Alemania).
También puedo añadir que en el tiempo que he estudiado alemán mientras vivía en Alemania, apenas hubo menciones a Austria o Suiza (ya ni pienses en Bélgica).
Como consecuencia de todo esto, aunque siempre me dio curiosidad Austria, mi conocimiento de Austria y de su capital, Viena, siempre ha sido bastante reducido. De hecho, mi impresión era que Viena era una linda y pequeña capital de un pequeño país sin demasiadas pretensiones; una cosa como podría ser, no sé, Bruselas o Dublín.
Mi impresión empezó a cambiar cuando empecé a estudiar serbocroata y, sobre todo, cuando hice allí una parada de varias horas en enero, de camino a Belgrado. El tiempo fue el suficiente para que Pau y yo pudiéramos acercarnos del aeropuerto al centro, dar un pequeño paseo y comer.
Estando allí me di cuenta de que la ciudad está pagadísima de sí misma. Para quien no entienda esta expresión valenciana, digamos que está encantada de conocerse. El pequeño paseo que dimos ya nos dejó clara la importancia histórica que ha tenido la ciudad. Vale, es algo un poco obvio si conoces la historia europea reciente, pero para mí fue chocante porque no esperaba que hubiera retenido tanto. Parecía que en cualquier momento te fueras a cruzar con Sissí Emperatriz.
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La Ópera de Viena |
Como he dicho, mi impresión también ha cambiado gracias a mi estudio del serbocroata. El estudio de una lengua nunca se puede hacer independiente de la cultura que la habla, por mucho que lo intentes. Yo no lo he intentado, me ha interesado saber sobre Yugoslavia y la cultura balcánica. Y claro, eso significa que no puedes evitar conocer lo que piensan sobre los vecinos que históricamente han tenido más influencia sobre ellos: los turcos (por el Imperio Otomano) y los austriacos (por el Imperio Austrohúngaro).
Aún a día de hoy la relación entre los pueblos exyugoslavos y Austria es enorme. La cantidad de exyugoslavos que viven en Viena es gigantesca (estando allí unas cuantas horas oímos hablar serbocroata en muchas ocasiones), y los que no viven allí, en su mayoría han visitado Viena al menos una vez. Hay numerosos vuelos diarios entre Viena y Belgrado, así como líneas regulares de autocares. Entre Viena y Zagreb es incluso más sencillo, hay varios trenes diarios.
Eso sí, que la relación sea grande no significa que sea buena. La opinión sobre Austria entre los balcánicos es bastante variopinta, pero tiende más a negativa: en la conciencia colectiva sigue pesando bastante el papel imperialista de Austria en la zona hasta hace poco más de un siglo. Esto no mejora si tenemos en cuenta que los serbios, croatas, bosnios y montenegrinos en Austria no cuentan con la mejor reputación, pues sigue pesando sobre ellos el sambenito de que son inmigrantes pobres y a menudo los austriacos los miran por encima del hombro. Por eso, si rascas entre exyugoslavos, es bastante fácil que encuentres quien critique Austria y los austriacos, a veces de una manera poco sana.
Con todo esto, Viena es una ciudad a la que me apetecería volver, esta vez sabiendo un poco mejor lo que voy a encontrarme allí. También puede ser una oportunidad para reencontrarme con la lengua alemana.