Anda todo el mundo hablando de «cuando todo esto pase», de «cuando volvamos a la normalidad», «cuando ya se pueda ir sin mascarilla»...
El otro día le decía a mi hermana que odio que hablen de nueva normalidad. Se ha puesto de moda hablar de la nueva normalidad, y no solo no me gusta, sino que me parece engañoso.
Cuando nos empeñamos en hablar de nueva normalidad parece que no dejemos de poner un ojo en el pasado, en la vieja normalidad. No dejamos de recordar ese tiempo en que podíamos salir sin mascarilla y respirarle a la gente en la nuca en el autobús masificado, en la Semana Santa o en la Feria.
Pero ese tiempo se ha acabado, ha pasado y no volverá. Y si vuelve algo parecido, algún tiempo en que no se necesite la mascarilla para salir y en que se puedan volver a producir aglomeraciones, no será como el tiempo que pasó, porque habremos pasado por circunstancias como la actual. Habrá diferencias. No será la misma vieja normalidad.
Es igual, el mismo caso, que cuando se adoptó el euro y se abandonó la peseta. ¿Cuánto tiempo se pasó la gente «traduciendo» los precios a pesetas? «Es que así me entero de lo que valen las cosas», esa frase que a principios de 2002 aún tenía algún sentido pero que la gente seguía usando cinco años después, ignorando que la inflación existe.
(Aún hoy, los más cuñaos siguen enviando memes con precios actuales comparados a las pesetas y afirmando que el euro ha sido un timo porque nos ha subido los precios de todo. Por favor, un cursito rápido de macroeconomía para ellos).
La cuestión es que no solo ese pasado no volverá, sino que nadie podía haber previsto que en 2020 nos iba a llegar una pandemia que nos iba a cambiar la vida «por completo» (o eso dicen, porque lo que ha cambiado son pequeños detalles). Y pensamos mucho en este hecho, pero es que eso nos lleva pasando toda la vida.
Nadie previó la pandemia de Covid-19, igual que nadie previó que conoceríamos a aquella persona, que tendríamos ese accidente o que nos echarían del trabajo.
La vida es lo que hacemos para sobrevenir todas estas cosas que nos pasan, y al final uno acaba viviendo con lo que se encuentra. La certeza absoluta no existe, para bien o para mal, pero siempre tenemos que acabar adaptándonos.
Por esto me carga muchísimo que la gente siga intentando anclarse a un pasado que ya no va a volver, siga hablando de él o siga esperando que vuelva. No va a volver la peseta; si nos vamos del euro, vendrá otra moneda que no será la peseta. Del mismo modo, no va a venir la normalidad que conocíamos. Porque nada vuelve a ser como antes.
Y no nos hace ningún bien seguir pensando que sí.
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