sábado, 17 de agosto de 2019

Alemania y sus sombras

Hace años, 15 concretamente, me volví de mi beca Erasmus en Erlangen completamente entusiasmado de lo que había vivido en Alemania, de sus costumbres, su civismo y su manera de hacer las cosas.

Era un chaval universitario de 19 años por entonces. Ahora soy un adulto de 34 que por motivos laborales se ha visto semi obligado a pasar en Alemania unos meses y veo las cosas de manera diferente.

Este país tiene muchas cosas buenas, ¡por supuesto! Pero dado que no lo estoy pasando bien, hoy voy a dedicarme a enumerar cosas que no me gustan.

Vamos con lo primero. El milagro económico alemán. Una de las primeras economías del mundo. Sede de grandes empresas, grandes industrias, uno de los centros mundiales de la tecnología, y primer país de Europa en riqueza. ¿Verdad?

Por eso hay tanta, tantísima gente sin hogar y tirada en la calle, gente que malvive con trabajos de pésimas condiciones y con sueldos que no dan ni para una habitación en un piso compartido. Por eso no solo los vagabundos rebuscan en la basura a ver qué pueden rescatar. Creo que he visto más gente durmiendo en la calle y rebuscando en la basura en Hamburgo que en Sevilla.

Los alemanes están súper concienciados con el medio ambiente. Pero solo cuando se refiere al consumidor. El consumidor debe separar los residuos, participar del sistema de devolución de envases, comprarse coches híbridos y usar el transporte público (estoy a favor de estas cuatro medidas, pero no de la manera en que son fomentadas). El consumidor pobre, claro. El rico puede hacer lo que le dé la gana, dado que todos los incentivos para ser ecológico son basados en el dinero. Si tienes dinero puedes contaminar todo lo que te apetezca. De ahí que las empresas puedan seguir generando residuos sin problema, porque la culpa del cambio climático es del pobre consumidor alemán que comparte piso, se ducha una vez a la semana y tiene un mini job.

(Lo de ducharse una vez a la semana no es una exageración. Hay bastantes alemanes que se duchan una o dos veces a la semana. Y si les dices que te duchas cada día te mirarán como un derrochador de recursos, a pesar de que hueles bien y ellos no).

Los alemanes, además, están muy preocupados con lo que comen. Por eso se preocupan de que todo sea de agricultura y ganadería biológica. Porque es muy importante no comer colorantes, conservantes, y otros aditivos que se han demostrado mil veces que no tienen ningún efecto negativo sobre la salud. Da igual, es muy importante que nuestra comida no los lleve. Sin embargo, es muy difícil encontrar productos sin azúcares añadidos. ¿Dulces sin azúcar? No existen. ¿Refrescos sin azúcar? Solo hay un par de ellos (la gama zero de Coca-Cola, el mezzo-mix zero de marca blanca y la gaseosa sin azúcar). ¿Edulcorante artificial, como la sacarina o el aspartamo? No se encuentra, no hay en los supermercados. Es artificial, ¡por favor! No quieren de eso. Prefieren tomar azúcar (sustancia que desde hace siglos se sabe que causa diabetes) antes que sacarina (que se ha demostrado inocua, pero es artificial).

Y vale, tan capitalista es Alemania como Andalucía. En ambos sitios no somos más que piezas que utilizan los burgueses para hacerse más ricos, dándonos uso como trabajadores (en nuestro tiempo de trabajo) y como consumidores (en nuestro tiempo libre). Pero aquí la sensación de impersonalidad me parece más fuerte. Quizá porque estoy trabajando en una fábrica con miles de personas y para llegar a ella tengo que coger un tren abarrotado, un autobús abarrotado y un barco abarrotado. Y durante todo el viaje no paras de ver publicidad. Está allá donde mires en las estaciones de transporte público, en el camino al trabajo, en las paradas de autobús. Aquí la cantidad de publicidad es el doble, y es bastante más llamativa, o a mí me lo resulta. Si a eso le sumamos que es difícil encontrar sitios para comer que no sean franquiciados, llegas a la conclusión de que la decadencia aquí está bastante más avanzada. Hasta las pastelerías son las mismas en todas las estaciones de la ciudad. Aquella pastelería tan mona que parecía única y que conocí en la estación de Altona, ya la he visto también en Hauptbahnhof y en Jungfernstieg...

Termino con un tema que me toca bastante la moral. Por desgracia he tenido que tratar con el mercado inmobiliario de la ciudad de Hamburgo. Y aquí hay mucha demanda y poca oferta de viviendas. ¿Eso en qué se traduce? En que los propietarios se creen semidioses con derecho a todo. De hecho, ponen anuncios de pisos en alquiler como mes y medio antes de que la casa se quede vacía, porque así pueden entrevistar a todos los posibles inquilinos y elegir al que más les gusta. No les basta con poseer un bien de primera necesidad y lucrarse de la necesidad de otras personas, sino que encima tienes que aguantar que te traten como basura irresponsable en tu cara. En una de las visitas a pisos tuve que soportar que la señora propietaria nos dijera lo que debíamos hacer para que no saliera moho en la pared de la casa porque si salía perdíamos la fianza. Todo esto sin saber aún si le íbamos a alquilar el piso. Panda de aprovechados.

Llevo una semana en Hamburgo y no sé si voy a aguantar mucho. Solo sé que no quiero estar aquí. Que este no es mi sitio. No sé si me equivocaré o me llegaré a adaptar, pero ahora mismo me siento fuera de lugar y quiero volver a mi vida.

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