Siempre decimos que la enseñanza de los idiomas en Andalucía (y, en general, en el Estado español) es mala, malísima. Y nos referimos en general a que el inglés que se aprende no hay por donde cogerlo, que los niños salen sin fluidez, que no entienden nada de lo que escuchan ni leen, o que todos los años vuelven a empezar por aprender el verbo to be.
Sin embargo, a lo que poca gente le da importancia, porque no hay conciencia social sobre ello, es al hecho de que la enseñanza de la lengua propia es mala. Está viciada de raíz, contaminada por la tradición filológica prescriptiva que siempre ha reinado por estas tierras.
Con ello me refiero a que, a menudo, enseñar lengua en primaria se limita a decir a los niños qué palabras y estructuras deben usar y cuáles no. Y enseñarles que, en general, lo que hablan ellos y dicen en casa o en la calle está mal, es incorrecto y rechazable, y tienen que aprender otras maneras de hablar y otras estructuras que sí sean correctas.
Como resultado, los niños salen pensando que hablan mal y que lo de hablar bien es algo muy difícil que sólo consigue la gente con mucha cultura y muchos estudios. Esto se puede canalizar en dos comportamientos: primero, el de la resignación y la disculpa (es que yo hablo muy mal) y, segundo, el del enaltecimiento (pues yo hablo así porque me da la gana).
No es hasta la secundaria que se les enseña a los alumnos que la lengua tiene registros diferentes, y que lo correcto e incorrecto no existe por sí mismo, sino que una palabra, una estructura, una expresión puede ser adecuada o no adecuada según la circunstancia en la que se encuentre el interlocutor. Para entonces, pocos alumnos entienden e interiorizan ese concepto; la mayoría lo aprende de memoria para el examen y luego lo olvida.
De ahí que haya gente que, después, cuando aprende palabras o expresiones formales las intente aplicar en todas las situaciones, y acabe generando situaciones muy ridículas en las que raya la pedantería y sus interlocutores no entiendan nada. En concreto, me viene a la mente una persona que, en foros de Internet sobre temas informales, utilizaba palabras restringidas al ámbito literario o recargaba en exceso sus textos, introduciendo incluso latinismos. Competencia comunicativa, ¿para qué?
Una profesora de la universidad me enseñó una frase que lo resume todo: no es culto el que habla siempre con palabras cultas; es culto el que sabe adecuar su discurso a la situación. La persona culta no baja al patio de vecinos y dice “disculpe su señoría, ¿para qué menester me requiere?”; eso lo hace el pedante. La persona culta, por el contrario, no tendrá problemas en decir “¿qué querías, picha?” (adáptese la expresión a la zona geográfica), y dejará la otra frase para situaciones de formalidad extrema o para creación literaria.
¿Por qué salto ahora con todo esto? Porque está extendiéndose por Facebook y Twitter (¿veis? adecuación al discurso, en mi casa diríamos que está roando) una foto de un libro de texto de primaria donde se describe el lenguaje de los mensajes de texto, se habla de que en ese medio de comunicación se sacrifica la ortografía, se prescinde de los acentos y se abrevian las palabras. En fin, no voy a describir con más detalle, todos conocemos ya ese tipo de lenguaje. A la foto, normalmente, la acompañan quejas más o menos furibundas por el hecho de que un libro de texto describa este modo de comunicación.
Señores, en el currículo académico de la asignatura de lengua castellana está incluido el estudio de la comunicación en todos sus modos. Cuando me tocó estudiarlo, recuerdo que se enseñaba con detalle la diferencia entre la lengua oral y la lengua escrita, ésta caracterizada por la reflexión y aquélla por la espontaneidad. La cuestión es que la situación comunicativa de los mensajes de texto es novedosa: no encaja en la lengua escrita tradicional ni en la oral. Y por eso, no podemos tratar a los mensajes de texto como si fueran una carta, un e-mail o un libro.
Muchos de los que comentaban esa foto ponían el grito en el cielo porque creen que ese modo de escribir debe ser censurado. A mí esa actitud me parece gravemente errónea. Escribir con abreviaturas en mensajes de texto responde a unas exigencias concretas, a una situación que requiere brevedad, y que hace que la gente prime la transmisión del mensaje antes que la corrección lingüística. Una cuestión que, por otro lado, es lo más lógico: la comunicación consiste en transmitir información exitosamente, y en este caso, abreviar y sacrificar la ortografía permite una transmisión mucho más productiva de la información (se transmite más en el mismo espacio). La estética o la corrección son criterios secundarios que habrá que tener en cuenta en otros medios de comunicación, pero no en este.
Del mismo modo, los monjes que copiaban textos en la Edad Media utilizaban multitud de abreviaturas para aligerarse el trabajo. Y hoy en día eso no indigna a nadie; al contrario, se considera un hecho peculiar.
Personalmente, creo que los libros de texto hacen bien en describir ese nuevo método, porque es susceptible de ser estudiado como cualquier otro. Es otra vertiente de la lengua. Y, en cambio, las clases en el colegio deberían centrarse en enseñar que ese modo de escribir está muy bien para los mensajes de texto, y que para otros medios es más conveniente escribir de otras maneras. Cada situación requiere una actuación diferente.
Otro día hablamos del exceso de academicismo que tiene la gente de la calle.
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