Así es, la primavera ya está aquí. Ya empieza a dejar de hacer frío -no voy a hablar de calor porque es demasiado precipitado-, la luz del día ya dura más de doce horas (a las ocho y media el sol aún no se ha puesto), se ve más gente en la calle, se empiezan a organizar eventos al aire libre y la sangre se altera, claro.
Y la puerta a la primavera, en mi país, Andalucía, es la Semana Santa, una de las grandes celebraciones andaluzas contemporáneas. Ya sabéis que yo no soy monoteísta así que no me identifico en su sentido religioso, pero sí es parte de mi cultura, de lo que he vivido toda la vida. Porque la Semana Santa no son sólo los pasos, las procesiones, las calles cortadas y los penitentes, sino todo lo que la rodea, el olor a azahar, las torrijas y los roscos (que este año he descubierto que son gaditanos), entre muchas otras cosas.
Yo no formo parte activa de la Semana Santa (claro está), pero sí pasiva, y aunque respeto a quien no le guste, no respeto al que ataca la Semana Santa o tiene afán destructivo para con ella; considero que, como concepto, es una fiesta imprescindible para comprender el folklore andaluz.
Y pasando de la estructura a la coyuntura, resulta que esta Semana Santa la he vivido un poco más desde dentro y mira, no me ha disgustado para nada. Por supuesto, gracias a esa persona tan especial a quien le agradezco enormemente que me haya permitido aprender tanto de él.
Así que una vez terminada la Semana Santa, habrá que ir mirando a todo lo que esta primavera y este verano nos van a ofrecer, que será mucho y muy bueno.
1 comentario:
¡Se habla tanto de lo que se desconoce! ¡Y se hace tanto daño cuando se habla de lo que no se sabe!
Todo eso pasa en el mundo cofrade.
Yo soy católico, pero de base, crítico a no poder más. No trago a las juntas de hermandades por muchas cosas.
Pero los hermanos y las hermanas, los que se ponen el capuchón, son otra cosa.
Pero explícaselo a un ateo que no sea andaluz. No lo comprenderá nunca.
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