jueves, 8 de mayo de 2025

Deslocado

Ya es un poco un lugar común que escuche una canción sobre emigrantes y venga a deciros lo mucho que me identifico. En este caso, es la canción participante por Portugal en Eurovisión 2025. Para no repetirme, simplemente os dejo el enlace al vídeo y el texto.

Conto os dias para mim
Com a mala arrumada
Já quase não cabia
A saudade acumulada.
Cuento los días para mí
Con la maleta hecha
Ya casi no cabía
La nostalgia acumulada.
Do azul vejo o jardim
Mesmo por trás da asa
Mãe, olha à janela,
Que eu tou a chegar à casa.
Desde el cielo veo el jardín
Incluso por detrás del ala
Madre, mira por la ventana,
Que estoy llegando a casa.
Que eu tou a chegar à casa.
Que eu tou a chegar à casa.
Que eu tou a chegar à casa.
Que estoy llegando a casa.
Que estoy llegando a casa.
Que estoy llegando a casa.
Por mais que possa parecer
Eu nunca vou pertencer
Àquela cidade.
O mar de gente, o sol diferente,
O monte de betão,
Não me provoca nada,
Não me convoca casa.
Por más que pueda parecer
Yo nunca voy a pertenecer
A aquella ciudad.
El mar de gente, el sol diferente,
El monte de hormigón
No me provoca nada,
No me llama a casa.
Porque eu vim de longe
Eu vim do meio do mar.
No coração do oceano
Eu tenho a vida inteira.
Porque vine de lejos
Vine de mitad del mar.
En el corazón del océano
Tengo la vida entera.
O meu caminho eu faço a pensar
Em regressar à minha casa
Ilha, paz, Madeira.
Mi camino hago pensando
En regresar a mi casa
Isla, paz, Madeira.
Se eu te explicar palavra a palavra
Nunca vais entender
A dor que me cala
A solidão que assombra a hora da partida.
Si yo te explico palabra a palabra
Nunca vas a entender
El dolor que me calla
La soledad que ensombrece la hora de la partida.
Carrego o sossego de poder voltar
Mãe, olha à janela, que eu tou a chegar.
Cargo la tranquilidad de poder volver
Madre, mira por la ventana, que estoy llegando.
Por mais que possa parecer
Eu nunca vou pertencer
Àquela cidade.
O mar de gente, o sol diferente,
O monte de betão,
Não me provoca nada,
Não me convo...
Por más que pueda parecer
Yo nunca voy a pertenecer
A aquella ciudad.
El mar de gente, el sol diferente,
El monte de hormigón
No me provoca nada,
No me llama...
O mar de gente, o sol diferente,
O monte de betão,
Não me provoca nada,
Não me convoca casa.
El mar de gente, el sol diferente,
El monte de hormigón
No me provoca nada,
No me llama a casa.

miércoles, 7 de mayo de 2025

Primer encuentro con Viena

Podría definir mi relación con el alemán como de amor-odio, pero sin ser ninguna de las dos cosas. Después de tantos años y de tantas experiencias con ella, ahora mismo es una lengua que me resulta de la familia, como de casa. He pasado más de la mitad de mi vida en contacto con ella, empecé a estudiarla con 15 años y ahora tengo 40. No la he estudiado continuamente, pero leo cosas en alemán de vez en cuando, cuando se me cruzan en redes sociales y eso. He llegado a un punto en el que entiendo el 90% de lo que oigo y leo. Por otro lado, no soy capaz de hablarla fluidamente, y me gustaría recuperar mis habilidades en ella, pero no estoy tan motivado como para esforzarme. Ya no es mi lengua favorita como lo fue en mi adolescencia.

La cuestión es que, al menos en mi experiencia, la enseñanza del alemán está extremadamente centrada en Alemania. Esto podréis pensar que es lógico, y siempre está el argumento numérico: el 80% de los hablantes del alemán están en Alemania. Lo que no es tan lógico es que del resto de variedades no se enseñe nada. A mí incluso un profesor llegó a corregirme un uso que está muy extendido en el sur de Alemania y es incluso oficial en el estándar austriaco, solo porque no es oficial en Alemania. Así están las cosas.

(Para los más interesados, se trata del uso de sein como auxiliar para formar el perfecto de los verbos stehen, liegen y sitzen. Que diréis, ¿y por qué lo dices así y no con haben, como les gusta a los profesores alemanocéntricos? Pues primero, porque me resulta más lógico, y segundo, porque así lo interioricé cuando estuve haciendo Erasmus en el sur de Alemania).

También puedo añadir que en el tiempo que he estudiado alemán mientras vivía en Alemania, apenas hubo menciones a Austria o Suiza (ya ni pienses en Bélgica).

Como consecuencia de todo esto, aunque siempre me dio curiosidad Austria, mi conocimiento de Austria y de su capital, Viena, siempre ha sido bastante reducido. De hecho, mi impresión era que Viena era una linda y pequeña capital de un pequeño país sin demasiadas pretensiones; una cosa como podría ser, no sé, Bruselas o Dublín.

Mi impresión empezó a cambiar cuando empecé a estudiar serbocroata y, sobre todo, cuando hice allí una parada de varias horas en enero, de camino a Belgrado. El tiempo fue el suficiente para que Pau y yo pudiéramos acercarnos del aeropuerto al centro, dar un pequeño paseo y comer.

Estando allí me di cuenta de que la ciudad está pagadísima de sí misma. Para quien no entienda esta expresión valenciana, digamos que está encantada de conocerse. El pequeño paseo que dimos ya nos dejó clara la importancia histórica que ha tenido la ciudad. Vale, es algo un poco obvio si conoces la historia europea reciente, pero para mí fue chocante porque no esperaba que hubiera retenido tanto. Parecía que en cualquier momento te fueras a cruzar con Sissí Emperatriz.

La Ópera de Viena

Como he dicho, mi impresión también ha cambiado gracias a mi estudio del serbocroata. El estudio de una lengua nunca se puede hacer independiente de la cultura que la habla, por mucho que lo intentes. Yo no lo he intentado, me ha interesado saber sobre Yugoslavia y la cultura balcánica. Y claro, eso significa que no puedes evitar conocer lo que piensan sobre los vecinos que históricamente han tenido más influencia sobre ellos: los turcos (por el Imperio Otomano) y los austriacos (por el Imperio Austrohúngaro).

Aún a día de hoy la relación entre los pueblos exyugoslavos y Austria es enorme. La cantidad de exyugoslavos que viven en Viena es gigantesca (estando allí unas cuantas horas oímos hablar serbocroata en muchas ocasiones), y los que no viven allí, en su mayoría han visitado Viena al menos una vez. Hay numerosos vuelos diarios entre Viena y Belgrado, así como líneas regulares de autocares. Entre Viena y Zagreb es incluso más sencillo, hay varios trenes diarios.

Eso sí, que la relación sea grande no significa que sea buena. La opinión sobre Austria entre los balcánicos es bastante variopinta, pero tiende más a negativa: en la conciencia colectiva sigue pesando bastante el papel imperialista de Austria en la zona hasta hace poco más de un siglo. Esto no mejora si tenemos en cuenta que los serbios, croatas, bosnios y montenegrinos en Austria no cuentan con la mejor reputación, pues sigue pesando sobre ellos el sambenito de que son inmigrantes pobres y a menudo los austriacos los miran por encima del hombro. Por eso, si rascas entre exyugoslavos, es bastante fácil que encuentres quien critique Austria y los austriacos, a veces de una manera poco sana.

Con todo esto, Viena es una ciudad a la que me apetecería volver, esta vez sabiendo un poco mejor lo que voy a encontrarme allí. También puede ser una oportunidad para reencontrarme con la lengua alemana.

lunes, 21 de abril de 2025

Spice Girls y el elitismo musical en la familia

Hace unos meses descubrí, no recuerdo cómo, que existía un libro sobre la historia de las Spice Girls. Vi reseñas y me pareció interesante, así que lo encontré y lo he estado leyendo desde entonces.

Este retorno al pasado me ha estado trayendo muchas ideas a la cabeza, aunque supongo que no todas las plasmaré en este blog.

Ya os he hablado en otras ocasiones sobre mis gustos musicales, artistas que me gustan o me han acompañado a lo largo de la vida. Este blog tiene 21 años, así que he tenido varias ocasiones, aunque tampoco han sido muy numerosas porque, aunque oigo música muy a menudo, y tengo mis grupos y artistas favoritos, no soy fan acérrimo de nadie. Sin embargo, de más joven sí que he sido bastante fan de algunos grupos o artistas (aunque nunca de una manera exagerada).

Y esto enlaza con el grupo del que os quería hablar, las Spice Girls. La primera vez que vi a las Spice Girls fue una mañana en la tele. Los fines de semana me levantaba temprano; no es que lo hiciera expresamente para ver los dibujos, como hacían otros niños, sino que me despertaba (supongo que por la costumbre) y me ponía a ver la televisión (usualmente los dibujos). El matiz no es tan importante, pero es ese.

Y a veces no veía los dibujos, porque quizá los que estaban echando no eran los que me gustaban. La cuestión es que a finales de 1996, un fin de semana, estaba yo despierto viendo un programa de Canal + de videoclips, y apareció Wannabe, de las Spice Girls, cuando aún no eran famosísimas. De hecho, me dejaron muy impactado porque eran cinco chicas que llegaban, entraban en una fiesta llena de vejestorios y gente bien vestida revolucionándolo todo, y en menos de tres minutos se habían ido.

Fue poco después que todo el mundo empezó a hablar de las Spice Girls. Salían en todas partes, en videoclips, en anuncios, en programas de la tele. No recuerdo que se hablara tanto de ellas en el instituto, pero mis compañeras del conservatorio sí que eran muy fans de las Spice. Y con el tiempo, yo me uní a la ola. Me gustaba mucho su música, y ellas me parecían simpáticas y divertidas.

La cuestión aquí es que las Spice Girls fueron el primer grupo que me gustó por mi propio criterio. En mi casa siempre se había oído música; los fines de semana por la mañana, una vez que acababan los dibujos de la tele, se apagaba y mis hermanas o mi madre ponían la música que ellas elegían. Por eso crecí conociendo mucha música pop de los 80 y principios de los 90.

¿Y qué ocurre? Pues que en cuestiones musicales, en mi casa siempre recibí el rechazo y el desprecio de mi familia. La música que yo quería escuchar era mala, por sistema. Las Spice Girls eran (según mis hermanas) tontas y falsas, y su música no era auténtica. Laura Pausini, otra artista que me encantaba, también era tonta, pero porque era romántica, y su música era aburrida. Un par de años después me aficioné a La Oreja de Van Gogh, y eran unos niñatos tontos que además no tenían respeto por haber elegido ese nombre para su grupo. (Ya ni comento lo de que me gustara Eurovisión, porque Eurovisión era cutre). En definitiva, la música que elegían mi madre y mis hermanas se podía oír por los altavoces, para todo el mundo, pero la mía solo la podía oír yo solo y por la tarde, si me sentaba junto a la cadena de música y me ponía los auriculares.

Este destierro se hizo un poco más liviano cuando me regalaron un walkman en 1998. Al menos ya no tenía que estar sentado en una esquina del salón para poder oír mi música.

Por suerte, mi hermana más pequeña es de mi generación, y ella y yo compartíamos bastantes gustos musicales. Nos aficionamos a la radio y la música pop más o menos a la vez, y nos comentábamos descubrimientos. Fue ella quien primero me habló de Britney Spears, por ejemplo, quien durante dos años fue la artista más oída en mi habitación y en mi walkman.

Por eso, ahora que tengo 40 años y el tiempo ha dado su sitio a mucha gente, me alegro muchísimo de ver lo que han sido esos grupos que me gustaban. Es verdad que mucha de la música que oía en mi época de instituto, aunque me sigue pareciendo buenísima, no ha trascendido, porque sabemos que eso depende de miles de factores y muchos no están relacionados con lo buena o mala que sea tu música. Pero tanto las Spice Girls, como Laura Pausini, como La Oreja de Van Gogh han quedado como artistas/grupos con talento y que han hecho una importante contribución al mundo de la música pop, de una forma u otra.

lunes, 31 de marzo de 2025

Amanecer en la cosecha

He acabado el quinto libro de Los juegos del hambre (antes que el cuarto, que no he sido capaz de pasar de la mitad, pero lo haré) y hay tantas cosas que me gustaría decir. Pero no estoy preparado y creo que es demasiado pronto para hacer spoilers, que solo salió hace dos semanas.

Ya nos lo comentaremos.

domingo, 9 de marzo de 2025

Visita al pasado a través de cartas

En este último viaje que he hecho a Cádiz, ha surgido la oportunidad de ojear con mi hermana algunas cartas viejas que mi madre guardaba, de las que mi padre le había enviado en su juventud.

Mi padre había viajado mucho por trabajo. Las cartas empiezan cuando mi padre está cumpliendo el servicio militar, entre 1968 y 1970; de etapas posteriores hay postales de cuando trabajaba con Abengoa por toda Andalucía, y de nuevo cartas de cuando estuvo trabajando de electricista en la marina mercante, durante toda la década de los 70.

No nos dio tiempo de mirarlas todas porque eran muchas y fue todo bastante improvisado. No estaban ordenadas, así que vimos algunas en orden aleatorio; tenemos pendiente ordenarlas, leerlas, y a mí me gustaría escanearlas.

Las pocas cartas que nos dio tiempo a mirar me hicieron tener sentimientos que no esperaba. Al principio me sentía un poco contrariado porque, al fin y al cabo, estaba leyendo la intimidad de dos personas, que se escribían cartas solo para ellos, sin contar con que nadie más las leyera. Luego, acallé ese sentimiento y empecé a ver de primera mano la historia entre mis padres. Por supuesto que sé que mis padres fueron jóvenes, pero es la típica cosa que no te esperas hasta que te la encuentras: una pareja de chiquillos, él con 19 y ella con 15, enviándose cartas diciéndose lo mucho que se echaban de menos, lo mucho que se querían, y la preocupación porque ella se había quedado embarazada a esas edades (todo insertado en el contexto de la sociedad de la época, el franquismo y el nacionalcatolicismo), seguido de la ilusión cuando nace la niña...

Fue bastante emocionante, y estoy deseando volver a casa de mi hermana (probablemente en verano) para seguir leyendo.

jueves, 16 de enero de 2025

El segundo viaje a Belgrado (2ª parte)

Continúa de la primera parte.

El sabado, subota

Pues el sábado comenzó como todos los días, nos levantamos temprano y fuimos al bufé del desayuno. Acabamos temprano y, como no teníamos compromisos como el del diccionario, nos volvimos a la habitación y descansamos un rato; Pau leía y yo repasaba gramática.

Cuando se acercó la hora, dimos un poco de paseo y me metí en la facultad, busqué el aula donde nos iban acumulando y allí me senté. Para no desconcentrarme mucho, en lugar de mirar redes sociales, me puse a leer el libro que estoy leyendo en serbio (Лето када сам научила да летим, de Jasminka Petrović). Cuando dieron las doce comenzó el examen, los detalles del cual están en el texto sobre el examen, no los repetiré aquí.

Como ya sabéis, al final del examen me dieron la buena noticia de que había aprobado, así que salí de allí muy contento, me encontré a Pau en la puerta (que estaba haciendo fotos del rodaje de un videoclip que estaba teniendo lugar en la esquina; no sabemos qué canción era, pero sale Aleksandar Simić). Le di la noticia y nos fuimos a comer al Rollbar, donde nos pedimos comida tradicional: una sopa de primero, y de segundo yo me pedí pljeskavica y él kobasice.

A la izquierda las kobasice, a la derecha la pljeskavica

Después de eso, estábamos pendientes de quedar con Aleks, que estaba en Novi Beograd y no sabía a qué hora podía quedar, así que para hacer tiempo nos fuimos a Mercator y vimos un poco de los productos de allí, ya que la compra la había hecho Pau el día anterior y yo no había visto nada. Como Aleks no decía nada, nos volvimos al centro, descansamos un poco en el hotel y quedamos con Uroš, que venía un poco tarde.

Con Uroš dimos un paseíto y luego nos sentamos a tomar algo en una crepería, donde tuvimos una interesante y divertida conversación. Eso significa que no pude evitar merendar, me pedí un chocolate caliente con pedazos de galleta, esponjitas y crema de cacahuete; una bomba calórica que además por su aspecto fue la merienda más queer que jamás he tomado, y me encantó. Eso sí, vi la pinta que tenían las palačinke de las demás mesas y me prometí a mí mismo que para el próximo viaje merendaríamos allí algún día.

Mi taza me estaba gritando "Slaaaaay, queeeeen"

A las 8 nos llegamos a Trg Republike porque habíamos quedado con Aleks. El plan no era cenar (igualmente allí se cena antes de las 8), sino simplemente dar una vuelta y tomar algo. Fuimos a un sitio llamado Meduza, estuvimos charlando un poco, y luego saludamos al novio de Aleks y nos llevaron al hotel. Antes de dormir, como Pau tenía hambre (él no había merendado), pasamos por el chino de debajo del hotel y nos pedimos un plato de arroz y unas gyozas para llevar, nos las subimos a la habitación y allí cenamos algo.

El domingo, nedelja

El domingo sí que fue un día corto; nos despertamos muy temprano porque teníamos temprano el vuelo. A las 6.15 nos estábamos levantando, terminamos las maletas (las habíamos empezado el día anterior) y acabamos justo a tiempo para subir a las 7 a desayunar algo rápido. Y fíjate si fuimos rápidos, que a las 7.20 ya estábamos bajando a que Aleks nos recogiera, dado que nos había insistido en llevarnos al aeropuerto.

La última mañana había una niebla considerable. Por cierto, que eran las 7 de la mañana y había ya esta luz

A las 7.45 estábamos despidiéndonos de él en la puerta de la terminal 2. Hicimos check-in en nuestro vuelo a Zúrich, donde tuvimos una escala de cerca de una hora, y a las 14.00 estábamos aterrizando en Barcelona.

En los vuelos de Swiss están prohibidos taconistas y yuppies


miércoles, 15 de enero de 2025

El segundo viaje a Belgrado (1ª parte)

El miércoles, sreda

El miércoles nos levantamos temprano para ir al aeropuerto. Nos llevó la madre de Pau, estuvimos allí bastante temprano; en el aeropuerto todo se desarrolló como de costumbre, llega, pasa el control de seguridad, busca la puerta y espera. Lo diferente en este caso es que no volábamos directos, sino haciendo escala en Viena, donde íbamos a tener cuatro horas de escala hasta coger el avión a Belgrado.

El vuelo se desarrolló sin eventos destacables; dos horas y pico de Barcelona a Viena con Austrian. No habíamos estado nunca en Viena, así que decidimos que cuatro horas nos daban para poder ir al centro, verlo un poco y comer allí, y volvernos al aeropuerto. Así lo hicimos; la conexión entre el aeropuerto y el centro es muy ágil, bastantes trenes regionales pasan por allí y no hace falta pillar el tren exprés que cuesta un ojo de la cara. Por eso, cogimos el tren y en la estación central nos montamos en el tranvía; nos bajamos delante de la Ópera.

La Ópera de Viena

Viena me sorprendió, aunque no tenía sentido que me sorprendiera. Aun siendo austriaca, me la imaginaba como una ciudad alemana estándar, pero nada que ver: la arquitectura y el ambiente de la ciudad son mucho más majestuosos. Se nota que la ciudad tuvo un pasado muy esplendoroso y ha retenido bastante.

Quizá por eso y por el alto estándar de vida austriaco, también es una ciudad muy cara, así que acabamos comprándonos un kebab y comiéndonoslo en un banco junto a Kärntner Straße. Ya nos hubiera gustado ver un poco más de la ciudad, pero en cuanto acabamos de comer solo nos dio tiempo a caminar un poco hasta la parada del tranvía y deshacer el camino hecho, dado que no queríamos arriesgarnos a llegar tarde al vuelo (no conocíamos el aeropuerto de Viena). Así que de nuevo, tranvía y tren, y en el aeropuerto de nuevo. Pasamos el control de seguridad (esta vez con control de pasaportes de salida, dado que Serbia no es espacio Schengen) y nos llegamos hasta la puerta de embarque.

El segundo vuelo ya fue un poco como estar en Serbia, por la clase de pasaje que iba; el 90% eran hablantes de serbio. En una hora llegamos a Belgrado: las dos ciudades están increíblemente cerca, una vez que terminen el ferrocarril Budapest-Belgrado, cualquier compañía que ponga tren Viena-Belgrado va a tener los trenes llenos, a juzgar por la magnitud de la diáspora yugoslava en Viena.

Ya antes de salir de Viena había anochecido (alrededor de las 16h), así que todo el vuelo se desarrolló de noche. En Belgrado nos esperaba mi amigo Aleks, a quien recordaréis de la crónica del viaje anterior. Fuimos en su coche hasta el centro, aparcamos en un párking en las inmediaciones del hotel y fuimos al hotel a hacer check-in. Dejamos las maletas y nos fuimos a comer; quisimos ir a una pizzería, pero estaba llena, así que cenamos en un mexicano, donde probamos un plato de tres tipos de tacos.

Después de eso nos volvimos al hotel para dormir, que queríamos aprovechar el jueves.

El jueves, četvrtak

La noche del miércoles al jueves tuvimos problemas para dormir, dado que nuestra habitación tenía ventana a Zeleni venac y durante toda la noche se oían autobuses. Por eso, por la mañana fuimos a la recepción y pedimos si nos podían cambiar la habitación; nos la cambiaron, nos dieron una más alta pero con vistas a un patio interior. No era problema, porque tampoco buscábamos expresamente las vistas, nos era más importante poder dormir. Nos fuimos al bufé del desayuno, desayunamos y salimos.

La primera parada que quisimos hacer fue a la librería Aleksandar Belić. Teníamos que ir allí porque el diccionario gordo que compré en el viaje anterior tenía un error de imprenta: se le repetían páginas y le faltaban otras, así que le escribí a la editorial (Matica srpska, una especie de RAE serbia) y me dijeron que cuando volviera a Serbia me pasara por esa librería. Le expliqué a la librera lo que había pasado y me dijo que ya la habían avisado los de Matica srpska, así que me cambió el diccionario sin ningún problema. Volvimos al hotel a dejar el diccionario y nos fuimos a dar un paseo, porque hacía un día muy templado y soleado (de hecho salí sin chaqueta).

La idea era visitar la catedral de San Sava, así que decidimos ir caminando. Pasamos por Slavija y visitamos San Sava, esquivando a todos los vendedores de iconos y elementos religiosos que rondan por la entrada. Después de eso, intentamos visitar la Biblioteca Nacional pero solo se permitía la entrada a socios, así que nos fuimos, emprendimos ruta a Tašmajdan y la iglesia de San Marcos.

En la catedral de San Sava están prohibidas las armas.

Caminamos un poco hasta Trg Republike y se iba haciendo hora de comer, así que cogimos un autobús hasta Zemun. Que por cierto, desde el 1 de enero los autobuses de Belgrado son completamente gratuitos; no voy a entrar ahora en comentar esta medida, pero daría para mucho.

¿Por qué fuimos hasta Zemun? Porque a Pau le apetecía que repitiéramos el sitio donde comimos la última vez, en Ćiri bu ćiri ba, un restaurante de comida serbia donde la comida está bastante buena y no es excesivamente caro. El problema es que volvimos a comer con la vista, así que pedimos muchísima comida y nos costó acabarla. Ni postre, ni nada; salimos de allí rodando y dimos un pequeño paseo junto al Danubio, pero pronto nos volvimos al hotel.

Panorámica del Danubio junto a Zemun, con sus cisnes

Descansamos un rato en el hotel, hasta que Aleks nos escribió por si queríamos ir a tomar algo con él. Estuvimos por la zona de Zaokret hasta que dieron más o menos las 19.30, ya que él había quedado con un amigo y nosotros con mi profe, Nemanja. Así que anduvimos hasta donde habíamos quedado con Nemanja, en la fuente de Terazije, junto al hotel Moskva. Poco antes de llegar me caí de boca, suerte que puse las manos y solo me hice un raspón en la palma de la mano izquierda.

Con Nemanja tuvimos una animada conversación, hablamos de todo un poco, como siempre, aunque más que nada del examen. Además, tuvo un detalle muy tierno, me regaló una bolsa con chocolates, un paquete de café doméstico (que será para Pau) y un libro que había sido suyo para que lo leyera (Kruna od perja, de Singer). Al acabar, nos volvimos al hotel y a dormir.

El viernes, petak

El viernes nos despertamos temprano (bueno, como todos los días), aunque esta vez pudimos dormir cómodamente. Fuimos al desayuno, aunque tampoco mucho tiempo porque habíamos quedado a las 9. ¿Y con quién? Con un vendedor con el que estuve en contacto el día anterior para comprar el mítico diccionario serbocroata de 6 tomos, elaborado durante los años 60. De él he hablado en mi blog en valenciano; es el más completo que hay sobre la lengua serbocroata. La edición que compré es la reimpresa en 1990 y, aunque se ve antigua, no tiene marcas de uso; el vendedor dijo que creía que nadie la había usado.

Rečnik srpskohrvatskoga književnog jezika, diccionario de la lengua literaria serbocroata

Cuando acabamos, llevamos los seis tomos al hotel, descansamos un poco (yo repasé algo de gramática) y salimos en dirección al examen. Yo llevaba mis plumas de casa (las de escribir, no las de gay, que esas las llevo siempre) pero pensé que sería buena idea comprar un bolígrafo, lápiz y goma por si se me acababan las plumas. Tres plumas, bolígrafo, lápiz y goma, porque yo no soy neurótico. Pues comprar el lápiz y la goma fue la mejor decisión de mi vida, dado que me permitió hacer anotaciones a lápiz en el examen.

Llegamos a la Facultad de Filología, donde se celebraba el examen; los chicos que bloqueaban la puerta me preguntaron, les di los buenos días y les dije que iba al Centro de Serbio como Lengua Extranjera, así que me dejaron pasar. Todo esto y el examen lo cuento en mi publicación sobre el examen, así que no me repetiré aquí. Solo diré que la facultad estaba llena de mensajes llamando a la resistencia, contra la corrupción y por la solidaridad con los estudiantes.

Un tablón de anuncios con carteles sobre las actividades en lengua catalana. Encuentras más actividades en catalán en Belgrado que en Sevilla, vergonzosamente.

Justo al salir me encontré en la puerta a Nemanja, así que se vino a comer con Pau y conmigo, mientras le contaba cómo había sido la parte escrita del examen. Después de comer nos fuimos al hotel a descansar, hasta la tarde: a las 5 salían las notas, así que a eso de las cinco y media volvimos a la facultad (esta vez Pau entró conmigo) para ver los resultados. Como ya os conté, aprobado, así que volvimos al hotel a descansar. Fuimos a cenar algo al restaurante chino de debajo del hotel y después me fui a tomar algo con Vlada, Pau se quedó descansando. Estuvimos tomando algo en un pequeño bar junto a Cvetni trg y a eso de las 23 volví al hotel.

Seguiré en la segunda parte.