Crecí en una casa en la que, si algo no faltaba, eran libros. Había toda clase de obras literarias y de referencia. Mi madre leía mucho (mi padre supongo que también, pero no tengo recuerdos de eso) y mis hermanas también lo hacían.
De chico mis libros favoritos eran los de referencia, me pasaba el día mirando atlas y leyendo enciclopedias. Recuerdo que los teníamos de muchos tipos; en concreto recuerdo que todos los atlas llevaban las fronteras anteriores a 1990 salvo dos, e incluso en estos dos seguía sin aparecer Checoslovaquia dividida o Eritrea independiente.
El más antiguo que teníamos había sido impreso a principios de los 70 (¿1974 puede ser?) y me resultaba muy exótico, por cuanto muchos de los países tenían nombres diferentes. Yibuti no era Yibuti, era el Territorio francés de Afars e Issas. Egipto aparecía con el nombre de República Árabe Unida, que sólo de mayor me enteré de que había sido un proyecto fallido de federación entre Egipto y Siria.
(Por cierto, que la Guerra Fría me parece un periodo histórico apasionante. Recuerdo haber visto en la tele la caída del Muro de Berlín y los acontecimientos que acabaron por desmembrar la URSS y, por supuesto, no era consciente de la importancia que tenía. Hoy cuando leo sobre eso no puedo más que imaginarme lo inquietante que debía resultar.)
Divago, pero con esto me quiero referir a que crecí en una familia donde se daba mucha importancia a la cultura, en este caso, reflejada en la letra. Y es que las ocasiones en las que abría un libro con alguien de mi familia, ya fuera una enciclopedia, un atlas o cualquier otro, eran bastante frecuentes.
Siempre pienso que debido a eso soy muy curioso y me gusta saber más,
leer más, informarme de todo lo que me interesa, buscar la respuesta a
cada duda que me surge. Aún hoy algo que me caracteriza es que cuando me
interesa un tema me paso días leyendo todo lo que puedo para enterarme
de todo.
Y no olvidaré una vez que cogí un libro para buscar algo (no puedo recordar el qué), pero al abrirlo y mirar las primeras páginas, no encontraba el índice. No tenía.
Cuando expresé mi malestar porque no podía encontrar lo que buscaba, mi madre me respondió. «Busca el índice al final». Gracias a ella, descubrí que los libros más antiguos solían llevar el índice en la última página y no en las primeras.
Por eso recuerdo ese día cada vez que abro un libro y su índice está al final. Recuerdo ese día, recuerdo a mi madre, y agradezco la educación que recibí en casa.