Ayer por la noche, con el regreso a Sevilla, puse fin a mi viaje de 4 días y 3 noches a Barcelona. Un viaje que, aunque con luces y sombras, me ha permitido reencontrarme con esa ciudad que un día me fascinó.
No iba con la intención de visitar monumentos ni otros hitos porque conozco la ciudad, pero he conocido lugares en los que no había estado antes, como Gràcia o Sarrià, o el Parc Catalunya de Sabadell.
Y además me ha servido para recordar cosas que me gustaban; me sigue encantando el ambiente que se respira en esa ciudad, la diversidad social y (viva los frikis) el sistema de transportes.
No menos importante ha sido la función desidealizadora del viaje: después de cuatro años sin ir, había olvidado lo que no me gusta. Es una ciudad muy, muy cara y frenética.
Sabéis que hace un par de años consideré seriamente irme allí a vivir y trabajar. Ahora no me lo planteo. No sólo porque tengo en Sevilla a alguien a quien quiero, sino porque he venido con la impresión de que no encajaría allí o me costaría demasiado. Sé que son tonterías, pero es lo que me da en la nariz.
Eso sí, me traigo de Barcelona el reencuentro con mis amigos, que siempre merece la pena.
Tras la crisis económica que me ha provocado este viaje, posiblemente no haya otro en mucho tiempo, seguramente hasta el año que viene. Habrá que ir pensando qué otra ciudad será mi próxima víctima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario