Trece años (y tres meses). Se dice pronto, pero trece años de treinta y siete son más de una tercera parte. Trece años son los que he pasado en Sevilla. Prácticamente toda mi vida adulta.
Llegué a esta ciudad un 19 de julio de 2008, un sábado. Me mudé ese día, era la primera vez que iba tan lejos con mi coche, un Kia Picanto de segunda mano; solo tenía cinco meses de carnet y me preocupaba hacer un camino tan largo. Dicho camino acabó cuando vi aparecer, desde la carretera, mi puente favorito, que me avisaba de que ya estaba aquí; de que, como a una Violet Sanford de la vida, la gran ciudad me esperaba.
Tenía la tierna edad de 23 años, venía a Sevilla para mi primer contrato laboral y, la verdad, los primeros meses se me hicieron duros. No conocía a nadie, salvo a mi pareja, Fernando. No encajaba bien en el trabajo, donde me pasaba todo el día. Así que pasaba la semana deseando que llegara el fin de semana para, o bien estar con mi pareja, o bien volver a Cádiz con mi familia.
El tiempo fue pasando, y lo que al principio me resultaba un lugar hostil, acabó por convertirse en mi casa. Hasta el punto de que fue el lugar donde retomé mis estudios y los acabé; donde encontré amigos de los buenos, de los que son para siempre.
No se me olvida la primera vez que me describieron como sevillano. Fue en 2011, estaba trabajando en Toulouse y habíamos salido unos cuantos de excursión, a Rocamadour. Nos cruzamos con unos españoles que preguntaron de dónde éramos, y mi compañera Sonia dijo, «somos de Sevilla». Que lo haría por generalizar y porque en una respuesta genérica no pega decir «pues trabajamos en Sevilla pero hay gente de Cádiz, de Córdoba, de Málaga...» no, no pega. Pero la cuestión es que me sentí englobado en los sevillanos y mira, me gustó. Y empecé a asumir que ya era un poco sevillano.
Han pasado diez años y ahora yo mismo me considero parte de esta ciudad, y no puedo negar que esta ciudad forma parte de mí, ha moldeado bastante mi forma de ser, mi personalidad, mis experiencias (incluso mi acento). Y aunque juego a menudo la carta de «yo puedo decir que esta ciudad es preciosa, porque no soy de aquí», realmente estoy mintiendo un poquito, porque sí que lo soy.
A la izquierda, junio de 2008, justo antes de mudarme. A la derecha, octubre de 2021, mi último mes en la ciudad. |
Pero, sin esperarlo, esta etapa ha llegado a su final. Cuando más enraizado me sentía, cuando estaba ya empezando el máster e incluso planteándome comprar alguna casa en la ciudad o alrededores en cuanto tuviera trabajo, el mundo laboral me envía fuera, en este caso a Catalunya. Y a pesar del cariño que le tengo a esta ciudad y a todos los amigos que tengo aquí, incluso al hecho de tener a mi familia a una hora de coche, no tengo más motivos para quedarme cuando el trabajo me hace irme.
Se me está haciendo duro, muy duro, recoger todo lo que tengo aquí y pensar que me voy a ir, sobre todo porque no sé si volveré. De visita, claro que sí, siempre puedo, pero no sé si volveré a vivir aquí. Y eso me duele un poquito.
Pero por mucho que duela, hay que aceptar la vida y hay que intentar pensar en positivo. Espero que Catalunya me trate bien.
Dani, NO he plorat :((((
ResponderEliminarDe segur que tot t'anirà molt bé.