Cuando la vida requiere que hagas cosas ya, te pone problemas que necesitan toda tu atención y todo tu esfuerzo, todo lo que tiene menos importancia desaparece.
Me he dado cuenta de que el viaje a Bremen y la mudanza a Hamburgo me han servido para olvidarme de mi drama emocional. La necesidad de encontrar alojamiento, de adaptarme a un nuevo trabajo, de organizarme la vida de la manera menos perjudicial posible, han captado toda mi atención durante estas semanas.
Y no es que haya olvidado del todo a JJ, no lo he hecho. Y no creo que lo olvide nunca, porque por suerte o por desgracia, lo que pasó quedará para siempre. Pero si antes dolía, aunque fuera poco, ahora ya no duele. Esta frase de una de las canciones que más he oído estos meses atrás ya no es aplicable:
Si ya no queda nada de que hablar, si ya no queda nada que callar, ¿cómo puede ser que duela tanto? (Diciembre, La Oreja de Van Gogh)
También ha ayudado el hecho de no tener que estar enfrentándome todos los días a sitios y a acciones cotidianas que relacionaba con él de un modo u otro. Lo de cambiar de aires funciona.
Me sigue doliendo que se comportara así, y haberme enamorado de alguien que me respondió de esa manera. Pero esos aspectos tan concretos ya no los recuerdo a cada rato, a veces ni siquiera cada día. Por otro lado, estoy contento de empezar a volver a ser yo, porque en estos dos años no lo he sido. Había elegido dejar de serlo para gustarle a alguien que rechazaba los aspectos de mi vida que más me definían y más me gustaban.
No duele, pero afecta. Afecta porque traigo secuelas, porque donde antes confiaba ahora desconfío, porque donde antes me lanzaba ahora me retraigo, porque donde antes me enorgullecía ahora me avergüenzo. Y verme esas secuelas sí me duele, aunque esté intentando superarlas y sanarlas. Pero claro, cuando estás hablando con un amigo que te conoce de hace muchos años y de repente te dice... Dani, ¿por qué dices eso? Tú nunca has sido así... Sí, eso duele. Y no es su culpa, solo describe algo que es cierto. Soy, de nuevo, el gato escaldado, como en esta entrada de hace diez años.
Así que, bueno, de todo hay que sacar una lectura positiva. Aunque todavía estoy en las primeras etapas de la recuperación, he decidido no esconder las cosas que me gustan. Si eso significa que voy a estar solo, pues mira, como decía mi madre, a mí no me hace falta nadie. Es mentira, porque familia y amigos siempre hacen falta (y estoy muy orgulloso de los que tengo), pero no me hace falta una pareja, por mucho que eche de menos el cariño físico. O al menos, desde luego, no una que se limite a tolerarme y solo cuando está de buen humor. Yo vengo en un pack con todas mis características (¡incluido mi equipaje!), y no puedo ser personalizado a placer.
Por lo pronto, ahora toca pasar unos días en Sevilla, otros días con algunos de mis mejores amigos en Calp, y luego vuelta a la aventura alemana, por pocas ganas que tenga. Y, de ahí, aprovechar todo lo que pueda.
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