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jueves, 5 de enero de 2017

Demasiado lejos, demasiado difícil

Lo siento por ustedes, mis lectores, que habéis estado meses leyendo mis altibajos emocionales. Lo de hoy es un bajo, pero que espero que sea el último en este tema.

Bueno, reconozco que la culpa es mía. Quise jugar a un juego que sabía que casi seguro iba a perder. Y para jugar tuve que arriesgar. Puse en juego esfuerzo, sacrificio, una cantidad económica (que no voy a decir porque soy un caballero pero que no me duele, y que me volvería a gastar) y, lo más doloroso, una relación de cuatro años.

(Este tema, el de la relación, lo trataré en otro momento, si es que reúno el valor. Desde que lo dejamos en septiembre no he sido capaz. Y sé que, al no haber dicho nada aquí, parece que no me ha afectado. Ya escribiré algo).

Que las posibilidades de ganar eran bajas lo sabía. Pero quise ser optimista, porque así soy yo. Cuando me gusta alguien voy con todo... y él me gustaba mucho. Mucho más de lo que me puedo permitir. Pero ay, problema, que para que surja algo, también tengo que gustar yo. Y eso es lo que no funcionó. Yo era consciente de las debilidades de mi oferta, pero por mucho que supiera que lo tenía difícil, si no me presentaba, era seguro que no podía ganar. Y así estamos.

No voy a reprocharle que jugara conmigo. Y no lo haré porque yo sabía que lo estaba haciendo. Cuando alguien solo te cuenta lo que conviene pero calla lo demás, eso no es sinceridad. Y a lo mejor otro no, pero yo me doy cuenta de eso. Mi hermana dice que soy un manipulador, y a un manipulador es difícil engañarlo. Como dice la frase popular, ¿vas a venir a robar a la cárcel?

¿Es mejor así? ¿Es mejor que no haya funcionado? Puede ser. Como una vez dijo sobre mí un ex (al que quiero mucho y al que vi el mes pasado), massa lluny, massa difícil. Demasiado lejos, demasiado difícil. Y esto, si hubiera salido bien, iba a ser difícil. Es que lo fácil no me gusta.

Soy la clase de persona que guarda este tipo de recuerdos. Ahora toca buscarles una caja y esconderlos donde no duelan.
Que duele, sí. Que no se me acaba el mundo, lo tengo clarísimo. Ahora... que no sé cómo me ha dado tan fuerte, y que tardaré en encontrar un tío que me guste así, también lo tengo muy presente. Al fin y al cabo ya me lo dijo mi hermana... «no te había visto así por un tío desde el instituto». Eso son las flechas de Cupido.

Ahora sí empieza la soltería. Y me vais a permitir que la empiece pasando la tarde de Reyes tirado en la cama.

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