Los que me conocéis de hace tiempo sabéis que siempre he defendido que el andaluz era una lengua.
Por suerte, esto es un blog, un medio escrito, así que puedo seguir explicándome sin que me interrumpáis para criticar lo que acabo de decir. El 95% de ustedes ya lo habría hecho. El 5% restante esperaría a ver por qué digo eso.
¿Que por qué digo eso? Tomás Gutier lo explica brillantemente en su libro “Sin ánimo de ofender”. Yo, resumiendo, diré simplemente que Andalucía fue la zona más romanizada de la Península, que en la Guerra Civil del siglo VIII entró el árabe pero nunca fue el idioma del pueblo, que siguió hablando un idioma hispanorromano (os suena el mozárabe, ¿verdad?), y que la conquista castellana no supuso una expulsión inmediata de la población existente, que sólo fue expulsada cuando le convino al gobierno, y que mientras tanto estuvo en continuo contacto con el pequeño número de nuevos colonos. Por todo esto, nuestra lengua jamás pudo venir del norte de la Península (una zona escasamente romanizada); si acaso, recibió una determinada influencia de ella. Para más detalles, vuelvo a remitir al libro que he mentado o a cualquier tratado de historia de Al-Ándalus.
¿Es actualmente una lengua diferente del castellano? Es un tema discutible. La influencia mutua ha sido demasiado fuerte como para entender que la lengua de Castilla y la de Andalucía formen sistemas lingüísticos totalmente diferentes.
(Claro que también tenemos que relativizar esto; no dejan de ser idiomas romances, así que siempre compartirán el 90% de la gramática… el castellano y el portugués, siendo idiomas diferentes, son casi idénticos si se comparan con idiomas no indoeuropeos como el húngaro).
Sin embargo, aún le queda mucho al andaluz para que vea reconocida su verdadera identidad. Básicamente, porque ha sido muy poco estudiado. Sí, algún que otro filólogo hispánico ha hecho algún estudio superficial del andaluz, pero siempre desde un punto de vista castellano. Si siempre se estudia el andaluz como una “desviación” del “modelo” castellano, las conclusiones siempre estarán sesgadas. Lo correcto sería estudiar el andaluz por sí mismo, y quizá comparándolo con el original latín, y luego cotejar sus semejanzas con la lengua de Castilla, pero también sus diferencias.
Una vez hecho eso, al andaluz se le empezaría a ver en su verdadera dimensión: un idioma, dialecto o habla (la elección de cualquiera de estos términos es política más que lingüística, como bien nos recuerda D. Juan Carlos Moreno Cabrera) con una entidad propia y que forma parte de un sistema multicéntrico junto con el castellano. El mismo caso del flamenco con el neerlandés, del croata con el serbio, el bosnio y el montenegrino, y del valenciano con el catalán.
Y el caso del valenciano y el catalán lo he dicho el último para enlazar con mi siguiente razonamiento. Estoy viviendo de cerca el problema identitario actual en el País Valenciano, un problema por cuanto se utiliza la lengua como arma arrojadiza, muchas veces inventando rasgos o saltándose todas las normas de la lingüística para modelar un supuesto idioma valenciano diferenciado que no es más que el intento de dignificación (entiéndase sin sentido despectivo) de coloquialismos erráticos. Esto desde un punto de vista lingüístico serio es absurdo y sólo se entiende desde el trasfondo político que tienen los blaveros.
Precisamente por este problema político, no puedo defender la supuesta lengua valenciana independiente que los blaveros postulan. Primero, porque su diferenciación no resiste ninguna mínima argumentación científica seria. Y segundo, porque su intención es política. Su intención es diferenciarse al máximo de los catalanes, a pesar de que hablen la misma lengua. De hecho, hoy el periódico Las Provincias, vocero de la ultraderecha valenciana españolista reaccionaria y blavera, presenta como un escándalo el hecho de que las instituciones con autoridad en la lengua catalana integren las peculiaridades lingüísticas valencianas en su estándar… porque eso significaría dejarlos sin argumentos para defender su secesión lingüística.
Con esto, lo que pretenden conseguir (y cada vez, por suerte, parece que les cuesta más) es la minorización del valenciano en primer lugar (porque, al inhibir los estímulos positivos de fuera, queda sólo en sus manos y lo pueden relegar a lengua familiar e inculta, haciendo que desaparezca en pocas generaciones), y del catalán en segundo lugar (la unión hace la fuerza, y quitándoles tres millones de hablantes parece que haya menos motivos para defender la lengua). Todo esto es inaceptable desde cualquier punto de vista sensato, por la pérdida de cultura que supone.
¿Qué tiene todo esto que ver con el andaluz? Lingüísticamente es un caso parecido, aunque sociolingüística y políticamente no tiene nada que ver. El castellano no es un idioma minorizado como lo es el catalán (o al menos en ningún sitio de España; lo es en Puerto Rico). Una secesión lingüística del andaluz no haría ningún daño al castellano y, para que tuviera éxito, requeriría de un importante apoyo por parte de la población y del gobierno andaluz (apoyo que, seamos realistas, sería muy difícil que se diera; no olvidemos que la gran mayoría de los andaluces siguen pensando que el andaluz es una manera de hablar mal el castellano).
Además, la secesión lingüística del andaluz provocaría algún que otro contrasentido en la dialectología. Los dialectos/hablas/idiomas (recordemos, término político) de Canarias y de América Latina, ¿en qué sistema los englobaríamos? ¿En el andaluz o en el castellano? No soy ningún experto en estas hablas pero, hasta donde sé, en general tienen algunos rasgos comunes con el andaluz y otros con el castellano (unas, como las hablas argentinas o colombianas atlánticas, tienen más en común con el andaluz, y otros, como las mexicanas o las peruanas, más con el castellano).
Por todo lo que he expuesto, creo que haciendo un ejercicio de coherencia, no las tengo todas conmigo para reivindicar el andaluz como una lengua independiente.
Sin embargo, creo que la posición más provechosa es la reclamación de una mayor visibilidad y reconocimiento de las peculiaridades lingüísticas andaluzas en la normativa castellana (igual que se hace con las valencianas en la normativa catalana, totalmente multicéntrica).
Por mi parte, ya hace tiempo que no me corto en escribir utilizando los rasgos morfosintácticos de mi dialecto nativo, a pesar de que ciertos órganos normativos no lo consideren aceptable para el lenguaje escrito. Para mí, lo natural es “ustedes coméis”, y no veo ningún motivo para sustituirlo por “ustedes comen” o por el horroroso “vosotros coméis”, forma a todas luces extranjera al oído andaluz occidental.
Hay cuestiones que habrá que ir estudiando más a fondo para ver cómo pueden encajar en nuestro sistema normativo actual (hasta ahora, basado sólo en el castellano) y cuál sería el mejor modo de representarlas. Pero creo que este es el camino que más lejos nos puede llevar.
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